El sueño de la razón produce monstruos

miércoles, 4 de enero de 2012

Eric Berne y su Análisis transaccional... (II)



De Alonso Quijano el Bueno a Don Quijote de La Mancha.


De las cinco veces que se llama a don Quijote Alonso Quijano, cuatro llevan el apelativo de “el Bueno”. Alonso Quijano, a quien sus “[…] costumbres le dieron renombre de `Bueno´ ”, (II, LXXIIII, 1330), es un hidalgo manchego entrado en años, tan aficionado a leer novelas de caballerías, que termina siendo incapaz de distinguir entre el mundo fantástico de éstas y el suyo propio. Su mundo es el de un hombre de armas de finales del siglo dieciséis y comienzos del siglo XVII, empobrecido como tantos otros de su clase por la insolvencia de las arcas reales. Vive con su sobrina y con su ama de llaves en un pueblo de La Mancha. El universo de Alonso Quijano es, pues, el mundo gris y desilusionado de los hombres de armas españoles de los finales del reinado de Felipe II y de los comienzos del reinado de Felipe III que, como Cervantes y su hermano Rodrigo, dos hidalgos tan pobres y tan “buenos” como Alonso Quijano, han hecho sacrificios enormes al servicio del Rey sin compensación adecuada.

Salvador de Madariaga , sobre esa poderosísima individualidad de Don Quijote (y lo mismo vale decir de Sancho), miles de veces y en todos los tonos proclamada, ha escrito lo que afirma Américo Castro: “La prodigiosa novedad del Quijote viene, justamente, de que hace sentir la inevitable presencia, la intimidad del personaje en cuanto habla o hace. Lo que dice o hace Don Quijote es interesante en cuanto dicho o hecho por él, por ese él cuya existencia percibimos latir bajo la apariencia de Don Quijote”.

Y llegamos al momento en que se decide por emprender su tercera salida. Aparece una nueva tendencia en la personalidad de Don Quijote “a pactar con las exigencias materiales”; el Padre en el Adulto, o el Adulto mismo, le ha enseñado a viajar con dinero y provisto de alimento, pagar en las ventas sin invocar a sus derechos de caballero andante. Su salida está motivada bajo la presión de ineludibles obligaciones: ha salido a la luz la historia escrita de sus primeras andanzas, convirtiéndose en un hombre famoso, azuzado por Sansón Carrasco y hasta por el propio Sancho Pancha, encantado con la idea de la fama (el Adulto de nuestro escudero).

La aventura de la cueva de Montesinos señala una inflexión en la personalidad de don Quijote: la mezcla de ilusión y realidad no es ya tan completa como en otras ocasiones; su fe se ha tambaleado; su Adulto empieza a imponerse y al referir lo que ha visto en la sima don Quijote parece estar inventando y se toma a broma cosas que afectan a la caballería andante y decir cosas inventadas sobre el corazón de Durandarte y su envío a Belerma. Madariaga dirá que estamos aquí en pleno realismo, un realismo regocijado que ha hecho estragos en el alma de don Quijote.

Su descripción de Belerma es un regreso hacia el realismo de la época, con ribetes de cinismo. La superioridad de Don Quijote respecto a Sancho se va resquebrajando; el escudero duda irrespetuosamente de la aventura de la cueva, y el hidalgo le chantajea al pedirle que crea en ella a cambio de creerle a él, a Sancho, lo que dice haber visto en el cielo durante el viaje de Clavileño.

Veamos:

-Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto.
-¿Cuánto ha que bajé? –preguntó don Quijote.
Poco más de una hora –respondió Sancho.
-Eso no puede ser –replicó don Quijote-, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.
-Verdad debe de decir mi señor –dijo Sancho-, que como todas las cosas que le han sucedido son por encantamiento, quizá lo que a nosotros nos parece una hora debe de parecer allá tres días con sus noches”.
[...]
-¿Cómo no?-dijo el primo-. Pues ¿había de mentir el señor don Quijote, que, aunque quisiera, no ha tenido lugar para componer e imaginar tanto millón de mentiras?
-Yo no creo que mi señor miente –respondió Sancho
-Si no, ¿qué crees? –le preguntó don Quijote.
-Creo –respondió Sancho- que aquel Merlín o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo le encajaron en el magín o la memoria toda esta máquina que nos ha contado y todo aquello que por contar le queda. (Quijote, II-XXIII).

En la grande aventura de la cueva de Montesinos y de las admirables cosas que contó, por su imposibilidad y grandeza, nos dice su distante autor, que hace que se tenga por apócrifa. Este guiño a los lectores nos hace sonreír, regocijarnos, deleitarnos con sus palabras.

Que hable el traductor:

Dice el que tradujo esta grande historia del original, de la que escribió su primer autor Cide Hamete Benengeli, que, llegando al capítulo de la cueva de Montesinos, en el margen dél estaban escritas, de la mano del mesmo Hamete, estas mismas razones:

“No me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso don Quijote le pasase puntualmente todo lo que en el antecedente capítulo queda escrito: la razón es que todas las aventuras hasta aquí sucedidas han sido contingibles y verisímiles, pero ésta desta cueva no la hallo entrada alguna para tenerla por verdadera, por ir tan fuera de los términos razonables. Pues pensar yo que don Quijote mintiese, siendo el más verdadero hidalgo y el más noble caballero de sus tiempos, no es posible; que no dijera él una mentira si le asaetearan. Por otra parte, considero que él la contó y la dijo con todas las circunstancias dichas, y que no pudo fabricar en tan breve espacio tan gran máquina de disparates; y si esta aventura parece apócrifa, yo no tengo la culpa; y así, sin afirmarla por falsa o verdadera, la escribo. Tú, letor, pues eres prudente, juzga lo que te pareciere, que yo no debo ni puedo más; puesto que se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte dicen que se retrató della, y dijo que él la había inventado por parecerle que convenía y cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias”
(Quijote, II-XXIV).

El Niño Adaptado Rebelde o NAR (Eric Berne, Análisis Transaccional) de don Quijote se manifiesta desafiante y provocador ante las dudas de Sancho. Dese ese mismo momento, la novela nos muestra “el lento y patético declinar del ánimo caballeresco del héroe”, hasta su conmovedor final. De modo inverso, aunque paralelo, advertimos en Sancho una sostenida progresión en la que descubrimos una apasionante faceta de su rica y compleja psicología.

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