El sueño de la razón produce monstruos

viernes, 20 de enero de 2012

Goya: vida y obra (II)


El IX duque de Osuna y su familia


BIOGRAFÍA
Infancia, formación y primeras pinturas: Goya antes de 1791


Goya es un pintor de vida larga y de evolución lenta. Si hubiese muerto en 1791, cuando sufrió una grave enfermedad, le consideraríamos un magnífico pintor para su siglo, pero no el genio que ahora conocemos.
Hay obras muy buenas, anteriores a esa fecha, cartones excelentes que pueden competir con la mejor pintura europea del momento, pero todo el complejo mundo de Goya aún no ha aparecido. No es que aparezca sólo a causa de su enfermedad, sino por la acumulación de acontecimientos muy diversos de naturaleza social, política, cultural, también personal...
Podría trazarse una gran raya en la evolución de Goya: antes y después de 1791, antes y después de su enfermedad. Sin embargo, esta línea divisoria puede ser engañosa. Engañosa en cuanto que invita a pensar en una primera etapa homogénea hasta ese año, lo que no sucede; engañosa también si afirma una ruptura radical, pues algunas de las pinturas que realiza en los años inmediatamente posteriores se mueven en la estela de las que ha hecho poco antes: pinturas como La condesa duquesa de Benavente (1785, Mallorca, Fund. B. March), las que sobre San Francisco de Borja hace para la Catedral de Valencia, o cartones como Las floreras (1786, Madrid, P), La gallina ciega (1788, Madrid, Prado), etc., enlazan directamente con muchas de las posteriores a aquella fecha.
Asi, entre 1746 y 1791 nos parece adecuado distinguir al menos dos períodos. El primero es aquel en el que más propiamente podemos hablar de "Goya antes de Goya". El Goya que aprende, en ocasiones bajo la dirección de su cuñado Francisco Bayeu, el Goya que no tiene todavía reconocimiento público y que espera subir en el escalafón profesional y en el ámbito social. Es el Goya anterior a 1776, cuando realiza sus primeras series de cartones para tapices.
Después su carrera discurre con mayor rapidez. Académico en 1780, contará con el apoyo del Infante don Luis en 1783, recibirá encargos de los duques de Osuna y en 1789 recibirá el nombramiento de pintor de cámara. Si en el primer período ha aprendido, ahora es pintor de encargo, aunque bien especial, pues sabe siempre imprimir su marca personal, apartarse cada vez más de las convenciones y los tópicos, no dejarse llevar por la rutina de los géneros.
El aprendizaje de un pintor en el siglo XVIII estaba sometido a unas pautas y a un ritmo a los que Goya no será ajeno. En 1760 entra en el taller de José Luzán (1710-1785), en Zaragoza, un pintor mediocre que le enseña el oficio, un pintor que se mueve, estilísticamente hablando, en el ámbito del tardobarroco. Después, en 1763 y 1766 participa en el concurso de la Academia de San Fernando, en Madrid, sin obtener mayor reconocimiento.
Son años en los que cambia la fisonomía artística en nuestro país. Estos cambios habían empezado a producirse a principios de siglo, cuando es otra la casa reinante y vienen de Francia e Italia numerosos artistas, pero ahora se intensifican con la llegada a España de los que en aquel momento eran considerados los dos pintores más importantes de Europa: A. R. Mengs (1728-1779) y Giambattista Tiepolo (1696-1770). Si el primero es el representante más riguroso de una posición neoclásica, el segundo puede inscribirse en el marco de un rococó que debe más a la gran pintura italiana que a la francesa. Se trata, por tanto, de dos posiciones diferentes, y en algunos momentos enfrentadas, que permiten reconocer el grado de eclecticismo que dominaba en el gusto cortesano. Y, si cabe pensar que la paleta de Tiepolo influyó más que la de Mengs en Goya, fue el artista neoclásico el que, con el paso del tiempo, llamaría al aragonés a Madrid (en 1774) para realizar cartones que sirvieran de modelo a los tapices de la Real Fábrica.
Su viaje a Italia coincide con la muerte de Tiepolo (1770) y durante el mismo participa en el concurso de la Academia de Parma con una obra que se ha recuperado y expuesto recientemente: Aníbal vencedor que por primera vez miró a Italia desde los Alpes (1771, Cudillero [Asturias], Fund. Selgas-Fagalde).
Después trabajará en el Coreto del Pilar (1771) y, en 1774, realiza once pinturas al óleo sobre yeso para la Cartuja de Aula Dei, cerca de Zaragoza. Mientras tanto se casa con Josefa Bayeu emparentado así con una familia de pintores, los Bayeu (Francisco -1734-1795- y Ramón). Los cambios más llamativos de su estilo se producen cuando marcha a Madrid con objeto de hacer cartones para tapices. A partir de 1774 su carrera parece discurrir ya por caminos diferentes y socialmente más fecundos.

1.2. Costumbres, Fiestas, Diversiones
La realización de cartones para tapices con destino a la Real Fábrica era, sin embargo, una tarea todavía menor. Se trataba de pinturas al óleo sobre tela -el nombre cartones hace referencia a su destino, no al material sobre el que se pinta- que no estaban destinadas a mostrarse en los salones: sólo servían de patrones o modelos para tapices con los que decorar los Reales Sitios. La Real Fábrica proporcionaba trabajo a un número considerable de artistas.
Son los cartones y los tapices de género con escenas costumbristas los que más interés ofrecen para explicar la trayectoria de Goya. Si en un principio siguen modelos flamencos, con una iconografía que poco tiene que ver con la realidad peninsular, a partir de Carlos III se desarrolla la pretensión de una imaginen más «realista», es decir, más ligada a la representación de tipos, indumentarias, paisajes, escenas españoles. Es la influencia de la ideología ilustrada. Los grandes cambios en el gusto de la época conducirán a la modernidad.
Francisco de Goya entregó su primera serie de cartones para tapices en mayo y octubre de 1775. Se componía de nueve obras destinadas al comedor de los Príncipes de Asturias en San Lorenzo de El Escorial y su tema era la caza. Fueron realizadas bajo la dirección de Francisco Bayeu. En la segunda serie (1776-1778), diez cartones para el comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo, trabajó más libremente y puso de manifiesto las posibilidades de su pintura. Son de estilo pintoresco, es decir, propios de la realidad cotidiana. Goya destaca por encima de todos los demás pintores de cartones, incluido su maestro Francisco Bayeu.
En 1791 realizó los últimos cartones para tapices, quizá porque estaba ya cansado de un género menor cuyo lenguaje dominaba perfectamente y que posiblemente consideraba inadecuado para su posición profesional y social. En 1780 fue nombrado académico, Subdirector de Pintura de la Academia en 1785, Pintor del Rey al año siguiente y Pintor de Cámara en 1789. Además había recibido encargos de cierta importancia y tenía un contacto fluido con algunos de los hombres poderosos del país. Es en esta época cuando se enfrenta con su cuñado Francisco, al no permitir a éste corregir su Virgen, Reina de los Mártires, un fresco de la basílica del Pilar.
Una vez en Madrid, recibe el encargo de ejecutar uno de los siete grandes cuadros que han de ornamentar San Francisco el Grande, en Madrid. La realización de estos siete cuadros se convierte, sin serlo, en un verdadero concurso. Goya deposita en él grandes esperanzas, pues pensaba que podría sacarle de la medianía social y profesional en la que hasta entonces se encontraba. El camino fue más difícil y lento de lo que pensaba, quizá porque, entre otras cosas, ninguna de las pinturas presentadas al concurso provocó excesivo entusiasmo. El tema representado por Goya fue San Bernardino predicando en presencia de Alfonso V de Aragón (1782-83, Madrid, San Francisco el Grande), una composición en la que es perceptible la influencia directa de Houasse; en él introduce un autorretrato. Goya retrató posteriormente al Conde de Floridablanca (1783, Madrid, Banco de España) y fue protegido del Infante don Luis, de cuya familia hizo un retrato de grupo El Infante don Luis y su familia (1784, Corte di Mamiano [Parma], Fundación Magnani-Roca), la obra más importante que había hecho hasta el momento. Goya, también, se autorretrato.
En 1789 obtuvo el cargo de Pintor de Cámara y ello le obligó a realizar los retratos reales; también le abrió la puerta a una serie de encargos, especialmente retratos, en los que su pintura brilló con maestría inigualable. Su precedente directo está en obras como el retrato de La condesa duquesa de Benavente (1785, Mallorca, Fund. B. March), La marquesa de Pontejos (1786, Washington, National Gallery) o La familia de los duques de Osuna (1788, Madrid, Prado). Al poco tiempo sufre una grave enfermedad, de la que tanto se ha escrito y de su incidencia en su obra.

No hay comentarios: