El sueño de la razón produce monstruos

viernes, 24 de julio de 2015

El aparición del estoicismo: su enigma (III)

            1º. El fuego-artífice
             El profesor Friedrich Lang[1] escribió un interesante artículo sobre el fuego en la cultura antigua; sin embargo, adolece del aspecto metafísico al que responden muchas de las especulaciones conceptuales. Se trata, pues, del mismo defecto que aparece en la crítica antiestoica de los filósofos griegos y latinos.
            Comparar los pasajes de Zenón y Crisipo, sobre el fuego, con los relatos bíblicos en los que interviene el fuego durante todo el primer milenio a. de C., es muy ilustrativo. Esa confrontación nos hace ver, no sin cierta sorpresa, un concepto metafísico sobre la naturaleza del fuego en la Estoa y en el Antiguo Testamento. Así por ejemplo, las Escrituras, sobre la misión profética de Elías, nos lo presenta como el profeta del fuego:
  "1Como un fuego se levantó Elías; / su palabra era ardiente como antorcha; 2 y trajo sobre ellos el hambre, /y en su celo los redujo a pocos. 3 Con la palabra del Señor cerro los cielos / y por tres veces hizo bajar fuego." [2]

            En tiempos de Zenón todavía se conservan vivos, a pesar de haber transcurrido cinco o seis siglos, la memoria de las violentas guerras de los sacerdotes de Baal y Astarté contra los profetas de Israel. Uno de los episodios más relevante es, sin duda, el acuerdo que alcanza Elías con sus rivales sobre la prueba de la  supremacía entre Yahvé y Baal, durante el reinado de Acab. Elías les lanza el siguiente reto, que es aceptado sin obstáculos por sus enemigos:
  "22 Volvió a decir Elías al pueblo: "solo quedo yo de los profetas de Yahvé, mientras que hay cuatrocientos cincuenta profetas de Baal. 23 Que traigan bueyes para que escojan ellos uno, lo corten en pedazos y lo pongan sobre la leña, pero sin poner fuego debajo; yo prepararé otro sobre la leña, sin poner fuego debajo. 24 Después invocad vosotros el nombre de vuestro dios y yo invocaré el nombre de Yahvé. El Dios que respondiere con el fuego, ése sea dios"; y todo el pueblo respondió: "Está muy bien". [3]

            Esta escena, poco comprensible para un grecorromano, se ajusta perfectamente en el ignis artificiosus o del  artificiose ambulans de la cosmovisión de Zenón, cuyas propiedades específicas ígneas entran en todas las actividades que expresa el verbo arameo qânâh, que más adelante analizaremos. El rasgo común de esas propiedades del fuego, en el estoicismo, es su profunda intimidad en el seno de la naturaleza, por un lado, y por el otro, la disponibilidad del fuego para ser usado y utilizado por la voluntad libre de los dioses.
            Los dos bandos, el de Elías y el de los profetas de Baal produjeron matanzas al adversario sin piedad; solo se diferenciaron en las liturgias que emplearon. Los sacerdotes de Baal, invocaron a sus dioses dando saltos rituales en el fuego de la pira, se hieren los cuerpos y usan todo procedimiento que pueda conmover a Baal. Elías, en cambio, se burla de ellos y se limita hacer la siguiente plegaria:
  " 36Yahvé, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel: que se sepa hoy que tu eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo, que todo esto lo hago por mandato tuyo. 37 Repóndeme, Yahvé; respóndeme, para u todo este pueblo conozco que tú, ¡Oh Yahvé!, eres Dios y que tu conviertes a tí su corazón. 38 Bajó entonces fuego de Yahvé, que consumió el holocausto y la leña, las piedras y el polvo, y aún lamió las aguas que había en la zanja. 39 Viendo esto el pueblo, cayeron todos sobre sus rostros y dijeron: "¡Yahvé es Dios, Yahvé es Dios!" 40 Y dijo Elías: "Prended a los profetas de Baal, sin dejar que escape alguno". Apresáronlos ellos, Y Elías los llevó al torrente de Cisón, donde los degolló".[4]

            Para uno y otro de los grupos en pugna aparece como absolutamente normal el juicio del fuego, como signo de la divinidad. Y hemos de decir que la mayoría de las teofonías o manifestaciones de la divinidad, al menos las más relevantes, acontecen y suceden después del fuego.
            Aunque la historicidad de algunos pasajes de se cuestionan actualmente, la guerra religiosa de los adoradores de Yahvé contra los de Baal y Astarté fue demasiado larga y sangrienta como para considerarla como fruto del reino de la imaginación popular.
            Las propiedades de aquel fuego concuerdan mal con los conceptos científicos, filosóficos y religiosos de Grecia y Roma. Dada su complejidad, lo mismo podrían llevarnos al monoteísmo hebreo, al politeísmo de Canaán o a las supersticiones de Siria, quizás por eso el cronista de Israel se burla de los sirios, cuando explican a su rey las causas del desastre sufrido en Israel:
"23Los siervos del rey de Siria dijeron a este: "Su dios es un dios de monte por eso nos han vencido, pero si peleamos con ellos en el llano, los venceremos."[5]
           
            Con esta tradición histórica se crearon teorías de gran complejidad espiritual, que escapan al "cientificismo" de los griegos. Frente al naturalismo de los helenos, nómadas y guerreros, que veían el mundo ingenuamente y lo interpretaban inducidos por relatos mitológicos, la mente de los arameos se caracterizó por la intervención activa de elementos religiosos universales entrelazados con las fuerzas misteriosas de la vida.
            Si comparamos las categorías[6] aristotélicas, entendidas después por los escolásticos, en su metafísica, como los modos de ser, a las que también llaman predicamentos, son los géneros supremos del ente finito. Sin embargo, Aristóteles hace que las Categorías sea el primero de sus tratados de lógica, lo que nos lleva a pensar que para él son modos lingüísticos de predicación en lugar de modos metafísicos de ser. El mismo Aristóteles, de forma ingenua quizás, no distingue el modo de ser de las cosas (formas del ser) y el modo en que las aprehendemos (modalidades de predicación). Estas categorías aristotélicas serán las propias del helenismo y su cosmovisión y pertenecen al campo de la física, en contraposición al modo de pensar arameo o palestinense en el que inciden sofisticadas concepciones metafísicas y físicas, con frecuencia enraizadas en la superstición, tal y como ocurre con el concepto de fuego a través del cual se producen las teofonías.
            Cicerón concebirá ese fuego como un duende que interviene y actúa en todas partes; es la fuerza activa de los estoicos que está por  todas partes coexistiendo con la materia; el mundo es un ser animado y armonioso que posee vida propia; en él solo existen los individuos concretos, siempre diferentes entre sí; por eso afirma el filósofo y escritor... que cada cosa posee su propio carácter y nada es idéntico a otra cosa. En cambio, Yahvé emplea el fuego como elemento instrumental de las manifestaciones de sus libres designios personales. Para los estoicos Dios es Fuego, energía activa, y Lógos, la razón, expandida por todo el cosmos; además concibieron que la Ley Natural era la presencia material de Dios en el universo. Del mismo modo que la razón cósmica, el Lógos, Dios era la providencia que regía todas las cosas. Dios como Fuego era similar a una semilla interior, la razón de todas las cosas y causa de lo que era, es y será. El principio vital es esa energía que hace posible florecer todo la flora y nacer, crecer y desarrollarse la fauna. Como fuerza viviente, Dios se encuentra en cualquier fase de desarrollo de los seres del cosmos y del cosmos mismo, el cual domina y moldea la materia pasiva hasta hacerla progresar. Esto genera el Destino que impone un cierto determinismo a los hombres,  solo libres si aceptan la necesidad cósmica.
            Es difícil concretar con rigor cuáles son los atributos de Yahvé en comparación a las divinidades fenicias. En las peticiones punitivas de Elías para los sacerdotes de Baal predomina el efecto destructor del fuego; en el rapto del profeta al cielo, se subraya el poder discriminatorio y mayestático del fuego, y en el monte Tabor, cuando Jesús habla con Elías y Moisés, el fuego deslumbra con el brillo de la Gloria.
            Todas estas misteriosas cualidades ígneas que se manifiestan configuran la mentalidad aramea de Zenón, y todas rechinan y encajan mal en las concepciones helénicas de griego y romanos, a excepción de los planteamientos especulativos de Heráclito sobre el fuego. Las similitudes entre la Biblia y el Estoicismo sobre las propiedades naturales del fuego como energía activa, poco tienen que ver con la ἐνέργεια   griega.


             2. El lógos estoico vs. el qânàh arameo
            Dada su importancia metafísica, pasamos ahora a comparar la actividad del lógos estoico con el qânâh de los arameos. El verbo qânâh[1], analizado por los escrituristas y dependiendo de los contextos, presenta diversas acepciones tales como crear, procrear, poseer -con mando e imperio-), engendrar...
            Cicerón - Cayo Cotta, en el diálogo De natura deorum, se burla del contenido metafísico o religioso que Antíoco Ascolonita, filósofo y maestro de Cicerón,  hace en su exposición; sin embargo, esas denotaciones y connotaciones del verbo en las fuentes orientales, adquieren un enorme valor en los pasajes ciceronianos relativos a Zenón.
            No cabe duda que los conceptos dinámicos expresados por el arameo qânâh son ponen de manifiesto aspectos diversos del ignis artificiosus o artificiose ambulans de Zenón. Las propiedades de la actividad ígnea está íntimamente relacionada con la naturaleza y puede, además, ser manejada por la voluntad de los dioses, totalmente libre. Ambas propiedades, inmanencia y trascendencia, se complementan y sus límites son absolutamente difusos; esta imprecisión de advierte en la leyenda de Prometo, de origen semita o preario, que los griegos -Hesiodo y trágicos- presentan como rival de Zeus, e inferior a los cultos helénicos.
            En la cosmogonía helénica o prehelénica, el que entrega a los hombres el fuego divino es Prometeo, un titán descendiente de Urano (el Cielo) y Gea (la Tierra), que dominaron el mundo bajo el mandato de Cronos, antes de ser desplazado por los dioses olímpicos liderados por Zeus,  hijo de Cronos y Rea. Se considera a los titanes, seis varones y seis mujeres, como divinidades menores al compararles con los olímpicos y como seres primordiales, violentos y caóticos. El más importante de los titanes fue Cronos, símbolo hiperbólico de la ambición de poder, que destronó y emasculó con una hoz a su padre Urano. Urano, temeroso, devoraba a sus hijos recién nacidos; Su mujer y hermana Rea esconde a Zeus en la isla de Creta, aunque antes envuelve una piedra entre pañales para engañar a su marido. Zeus termina derrocando a su padre e instaura el poderío de los dioses y sus descendientes en el Olimpo, hogar de los principales dioses del panteón griego.
            Prometeo (Προμηθεύς, ‘previsión’, ‘prospección’) equivale a Providencia. Zenón pudo identificar dos mitos, uno hurrita y otro griego, sobre la creación del hombre. En el primero, recién descubierto, fue identificado por los mismos hurritas con el sumerio Enlil y por los ugaritas con El, Anus dios del cielo es castrado por su hijo Kumarbi. Es una variante del ἅρπαγμα o "rapiña" celeste cometida por el hombre. Kumarbi es destronado por su hijo; en el segundo, Cronos castra también a su padre Uranos, y es destronado por su propio hijo. Zeus, que se entroniza así dios del cielo y castiga a Prometeo (=la Providencia), quien regala el fuego divino al hombre creado por su hermano Epimeteo. Zenón concibe el lógos (Prónoia[2]) como hacedor del hombre racional. Sin embargo, los griegos -Hesíodo, Esquilo y Platón- modifican el mito de Prometeo haciendo que Zeus le castigue y le encadene a las rocas del Cáucaso, para allí ser devorado continuamente por un buitre que le roe las entrañas y le atormenta eternamente. Con todo, el mismo Zeus envía a Mercurio para que dé una mayor inteligencia político-social a sus enemigos los hombres, para evitar que mueran desamparados y abandonados por la Providencia (=Prometeo).
            En estas variaciones mitológicas se puede observar que el enfrentamiento religioso entre Zenón y los helenos es evidente. Zenón defiende a la Providencia, como los cananeos y los prehelenos de Grecia. Aristóteles, representante del panhelenismo, la niega. Platón la imagina torturada en Prometeo, y, luego, el Sócrates de Jenofonte adopta una tradición primitiva, prearia, que coincide con la cananea.




[1]. Elorduy, E., ibídem, págs. 30 y ss.
[2]. Los filósofos griegos dedujeron la realidad de una Providencia que está sobre los hombres, del conocimiento de la ordenación racional del mundo, adecuada a un fin y dirigida a él. Se entendió esta ordenación como el hacer de un espíritu divino (pneuma), fuego artífice  que gobierna el universo y lo mantiene, y que vela, además, por la felicidad de los hombres. El término PRÓNOIA significa el alma del mundo; se la puede llamar sabiduría o providencia, cuyo principal cometido es procurar  que el mundo mantenga las mejores condiciones para conservarse, que no le falte de nada, pero especialmente que se encuentren en él una belleza extraordinaria y un ornato total. El concepto  aparece por primera vez en el V a. C. (Cicerón, De natura deorum, II, XXI-XXII).





[1]. Lang, Fr., v. πὖρ en Kittel, vol. VI, págs. 957-963; citado por Elorduy, E., Ibídem, pág. 27, n. 9.
[2]. Ecclo., 48, 1 ss.

[3] . I Reg., 18, 22-24.

[4]I Reg., 18, 35 y ss.

[5] . I Reg. 20, 23.
[6]. El origen del término categoría es jurídico: kategoreîn, en griego clásico, que significa "hablar en contra de alguien o de algo"; y categorías < del gr. Κατηγορίαι. . Aristóteles usa el vocablo con el sentido de predicación de alguna característica con relación a alguien o a algo. Así, una categoría sería el referente de un predicado.

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