El sueño de la razón produce monstruos

viernes, 24 de julio de 2015

La aparición del estoicismo: su enigma (II)

            A. Los hallazgos de la ciudad-estado de Mari
    Al norte de Mesopotamia y la región del Levante, entre los años 2500-1500 a. de C., aparecen nuevas ciudades-estado envueltas en continuas guerras por la supremacía económica y política. Entre ellas destacaron Ebla y Mari, que alcanzaron su esplendor entre los años 2400 y 1750 a. de C. En sus yacimientos se han encontrado los hallazgos más importantes de material arquitectónico y de archivo. En el centro de cada ciudad se levantaba un complejo de palacios y templos rodeados de viviendas privadas. La ciudad estaba protegida por poderosos muros de ladrillos de barro o por terraplenes de tierra cocida. Los muros de la ciudad de Mari en el Éufrates encerraban una superficie de 100 hectáreas.
    Las recopilaciones más numerosas de placas de arcilla provienen de los palacios de Ebla y Mari, incluyendo alrededor  de 16000 y 17500 documentos respectivamente. Las tablas de Mari proporcionan detalles privados sobre la vida en un palacio sirio durante el s. XVIII a. de C.: cómo se perseguía a esclavos huidos, medidas sanitarias para combatir un epidemia, impuestos sobre el transporte fluvial por el Éufrates, etc. El comercio era esencial para las economías de estas primeras ciudades-estado hasta el punto de que hacia 1950 a. de C. los comerciantes asirios fundaron una colonia en las afueras de la ciudad de Kanesh en Anatolia, tal como dan testimonio los restos arqueológicos del yacimiento de Kültepe (Atlas de Arquitectura, 1992, págs. 132-133).

  Estos hallazgos de la ciudad-estado de Mari, actual Tell Hariri, situada en la orilla derecha del Éufrates, han podido demostrar el auge de las actividades económicas y mercantiles en la Alta Mesopotamia; su hegemonía política acabó con el expansionismo de Hammurabi de Babilonia. Las excavaciones de Tell Hariri han aportado millares de tablillas con escritura cuneiforme, distinta de la lengua de los acadios o semitas orientales; en ellas aparece por primera vez la diosa ’Anat, muy popular en la zona de Ras Shamra (Ugarit); el dios Addu, aunque este dios no era desconocido en las fuentes acadias, que por su frecuencia es uno de los dioses principales de los amonitas; luego será una de las denominaciones que recibe el dios de la tormenta de los semitas occidentales, bajo la forma de Hadad; también aparece Dagan, a quien estaba consagrado uno de los grandes templos de Mari; la Biblia lo menciona como divinidad principal de los filisteos al instalarse en la costa meridional de Palestina. En el panteón amonita de Mari aparecen otras figuras de dioses como Yarakh, el dios Reshep, el dios Salim... de los que apenas se sabe su nombre. Además de las deidades, otra serie de hechos religiosos relacionan a los hombres de Mari con el mundo semítico occidental, más afines a Palestina y a Fenicia que a Mesopotamia; por ejemplo, la correspondencia de los funcionarios dirigida a los reyes han puesto de manifiesto la importancia de las revelaciones proféticas a la hora de ocuparse los reyes de los asuntos del
Estado. Los profetas aparecen vinculados a un dios particular, Addad o Dagan, y sus palabras (oráculos) se consideran manifestaciones de la voluntad divina, de modo que la intervención de los profetas en la política interior o exterior de Mari es similar a lo que sucede en Israel. La confianza y el respeto en los profetas será una constante en las civilizaciones semíticas; la influencia de los profetas hebreos se debe al prestigio que tenían entre la población. Asimismo se conocieron de una serie de documentos de primer orden gracias a los descubrimientos de Nuzi (siglo XV a. C.) y, sobre todo, los del paraje de Ras Shamra donde estuvo la capital del pequeño reino de Ugarit, siglos XIII y XIV a. de C., aludido en los textos bíblicos.

        B. El descubrimiento de los archivos del reino de Ugarit
            De la misma época de estas tablillas de Tell el-‘Amārnah son los textos de Ras’s Šamrah, hallados por los franceses en 1939 en un monte de la costa septentrional de Siria, frente al extremo alargado de la isla de Chipre. El montículo, actual Ras el-Samra, cubre  los restos de la antigua ciudad de Ugarit, que conocemos por las tablillas de el-‘Amārnah y los textos egipcios. Es el primer descubrimiento sólido, por la cantidad de documentos escritos que aparecen en Siria-Palestina anteriores al periodo helenístico.
    El reino de Ugarit es interesante por ser un importantísimo centro comercial del Antiguo Oriente Próximo y porque en ninguna otra ciudad se ha encontrado un archivo tan amplio de tablas cuneiformes escritas en una lengua semita relacionada con el hebreo del Antiguo Testamento. Se ha descodificado la escritura ugarítica y los investigadores han podido acercarse a la literatura ugarítica que, con numerosos poemas mitológicos, les ha permitido profundizar en el mundo religioso cananeo, indirectamente conocido por las controversias proféticas israelitas contra los baales, divinidad representativa del mundo cananeo.
Ugarit y su puerto de Makhadu, la moderna Ras Shamra y Minet el-Beida, fueron el centro de una enorme red comercial y cultural que cubrió el Levante y se extendió hasta Anatolia y Grecia. Hoy conocemos esa civilización gracias a los registros descubiertos en Ras Shamra y los encontrados en Ebla, Mari, Egipto y la capital hitita de Hattusa (actual Bogazköy). Se dispone de documentación de Ugarit de dos siglos, 1400 a 1200 a. de C.
El reino de Ugarit tenía una extensión de 3360 Km cuadrados de campos fértiles y bien regados, con bosques por algunas zonas. La capital ocupa 21 hectáreas y estaba fortificada. Por allí pasaban largas caravanas procedentes de Siria, Mesopotamia y Anatolia para comerciar con Canaán y Egipto, y recibía a los navegantes que venían de Alasiya (Chipre) y Caftor (Creta). Estos comerciantes sirios parecen haber dominado el comercio marítimo en el este del Mediterráneo durante la mayor parte de la Edad de Bronce. La moneda de cambio era la plata, aunque el sistema básico fue el trueque. Ugarit fue una ciudad cosmopolita  donde se podía encontrar gente de todo el Levante de diversos grupos étnicos y lingüísticos. Los hallazgos muestran una cultura rica, que registra más de diez lenguas en cinco escrituras distintas, una de las cuales, el alfabeto cuneiforme, fue desarrollado en la academia local de escribas. Su diplomacia les permitió participar en el comercio internacional junto a las dos grandes potencias de la época. Hatti y Egipto, aunque estuvo unida a la primera por tratados de vasallaje durante la mayor parte el tiempo. El ugarítico se ha convertido en la mejor lengua conocida del semítico occidental (amonitas, vinculados con los orígenes de Babilonia) del II milenio a. de C. Los textos religiosos descubiertos a partir de 1930 en el templo de Baal, constituyen la única colección de mitos semítico-occidentales que tenemos.
El ciclo de Baal es quizás el mito más interesante del conjunto. Se le llamaba “El Señor” y su nombre propio probablemente era Hadad. Un primer relato cuenta la lucha entre Baal y Yan, el dios del mar, bajo el arbitraje de El quien advierte a Yan que el combate será duro porque Baal estará asistido por las diosas `Anat y Astarté. Baal alcanza la victoria y con ella el reconocimiento de la supremacía sobre los demás dioses. Frente al dios del mar, principio de la muerte y del desorden, Baal se afirma como potencia bienhechora que salva al universo de volver al caos.
Otro poema cuenta cómo Baal tiene que conseguir de El permiso para construir un palacio, es decir, un templo. Este dato bien se podría interpretar que Baal era un recién llegado entre los dioses de Ugarit; no es “hijo de El” y se le llama hijo de “Dagan” relacionándolo así con un sector de la población emparentada con los amonitas de Mari; así pues, parece una transposición mítica de una superposición de dos oleadas diferentes de población semítica en la región costera de la Siria septentrional. Hay indicios de hostilidad hacia Baal porque la gran diosa Athirat, “la que marcha sobre el mar”, paredro de El, adopta una actitud malevolente hacia Baal, a pesar de que la diosa termina pidiendo a su marido El, que mande construir el palacio de Baal para que envíe lluvias abundantes. Una vez reconocida su realeza, Baal ofrece un gran banquete a los dioses y diosas y parte a visitar las ciudades del reino. A su regreso, tiene que enfrentarse con un nuevo enemigo, Mot, personificación de la muerte. Aquí Baal representa la más dramática de su aventuras. Antes de descender a la caverna de la muerte, fecunda una becerra para asegurar la producción del ganado. Baal muere pero su hermana `Anat lo busca acompañada por la diosa-sol Shapshu hasta que encuentra su cadáver. La diosa indómita apresa a Mot, lo parte en trozos con la espada, lo criba en el harnero, lo quema al fuego, lo pasa por la muela y dispersa sus trozos, lo que supondrá el retorno de Baal a la vida. El se entera en un sueño premonitorio en el que se le muestran los cielos destilando leche y los ríos haciendo correr miel. Baal de nuevo recupera su trono y desencadena su furia, una descripción mítica de la tormenta. Se nos aparece así como “Señor de la lluvia y de la tormenta”, mito agrario, fundamento del ritual de la fecundidad. No cabe duda de que la alegría de El, al saber que Baal ha vuelto a la vida, recoge la alegría de la fiesta cuando aparecen las primeras lluvias al principio del invierno. Baal se convirtió para las gentes de Ugarit en el primero y más querido de sus dioses, quizás por entregarse el mismo para asegurarles la vida.
El se compagina, sin embargo, armoniosamente con Baal. A El, a quien se llama “el toro”, corresponden la ancianidad, la prudencia insondable, la omnisciencia, la bondad y la misericordia, siempre a favor de los hombres; a Baal, el “novillo”, la fogosidad en el combate, la intervención activa y saludable para rechazar el desorden y asegurar la vida del pueblo de Ugarit. Si en la lucha contra Yan, Baal aparece como guardián del equilibrio cósmico, es El quien asume las funciones de creador. El es el “creador de las criaturas”, el padre de los dioses y de los hombres. El fervor religioso que se expresa en los mitos de Ugarit no excluye el radical antropomorfismo de lo divino y los contactos entre los dioses y los hombres eran tan frecuentes y familiares como en los poemas homéricos. La reconstrucción religiosa de Ugarit no nos permite diseñar un cuadro completo de la misma, pero nos ofrece los indicios suficientes para poder pensar en la continuidad de una creencia semítica que perdura durante milenio y medio de historia. 
    C. Baal y El en las leyendas mitológicas de Chipre y Fenicia.
            En el año 312-311 llega a Atenas el chipriota Zenón, estudiante de veintiún años. Su padre, un rico mercader, se llamó Mnaseas, acaso homónimo del arameo Manasés. Las ideas político-religiosas del joven filósofo tienen mucho de la herencia cultural cananea. Puede conjeturarse partiendo de la base del origen fenicio de la dinastía real que conoce en Kitión y por los cultos cananeos que vivió en su niñez.
            En el año 312 es derrocado el rey Poumiathón por Tolomeo, tras la victoria de éste contra su enemigo Antígono. El reino perdió su independencia al confederarse con el sector vencido. El padre de Poumiathón (361-312) se llamó Melekiathón (392-361). Todos su antepasados habían llevado el nombre de Baal: Baalmelek I ( h. 479-449); Azbaal (449-425); Baalmelek II ( h. 425-400), y Baalraam. Los altos funcionarios de la ciudad desempeñaban sus cargos cuyos nombres eran fenicios, como los souffet (=jueces, equivalentes a los cónsules romanos).
            El nombre de Baal, heredado por los reyes de Kitión, es la prueba que apuntala la idea de que la realeza de Chipe estaba estrechamente emparentada con la divinidad. La literatura político-religiosa de Canaán pone de manifiesto la escasa distancia que la cosmovisión fenicia establecía entre el hombre y la divinidad. Los mismo profetas de Israel se burlan de Baal, un híbrido grotesco de un ser que ni es dios ni hombre, y muchas veces es un hombre, eso sí, siempre de la realeza, transformado en dios. Sin embargo, los estoicos proyectaron estas ideas, con total seriedad, a la semejanza del sabio con los dioses.
            Los dioses de Chipe eran los mismos del panteón fenicio o cananeo. Así aparecen Baalmerafe, dios de la salud; Esmun-Adoni (= mi señor); Esmun-Melqart (= el soberano, equivalente a Heracles, como en Tiro); Rescheph-ches, dios del rayo, como el fenicio Rescheph. Con relación a las diosas, en Chipre aparece la diosa Astareth (= Astarté, diosa de la vida, como Venus).
            Los dioses fenicios se consideraron como una sola divinidad o como un panteón. Esto mismo se produce en el estoicismo. Las leyendas semíticas de los dioses fenicios, sobre todo, las de Baal y Astarté, tuvieron una gran influencia en Zenón. Los descubrimientos ugaríticos han permitido conocer mejor las concepciones religiosas de los fenicios, lo que se ha dado en llamar Biblia Cananea.
Baal (=dueño, soberano, esposo) era el nombre del dios masculino personificado en varias divinidades. Sus manifestaciones diversas a través de la historia fueron adoradas y recibieron culto como dioses de la naturaleza y de las estaciones del año o como personalidades divinas encargadas de diversos oficios: el dios del rayo, el dios de la generación... Como dioses de la naturaleza (Baal), se opone a monoteísmo de Israel, y se le denomina frecuentemente con el nombre teóforo de hadad. También se le encuentra entre los cuestores de Kitión, hombres que piden limosna con fines benéficos.
Desde el punto de vista religioso, en Chipre y Fenicia, lo más destacado fueron las luchas de Baal, victoriosas unas y desastrosas otras, con el dios El.
En documentos de Ras Shamra-Ugarit se repiten los nombres teóforos de Baal, al igual que en Chipre. Baal pertenece al panteón ugarítico. También El aparece como nombre teóforo; era el dios supremo del panteón ugarítico. Junto a estos, aparece el de la diosa Anat, la virgen, y el de la diosa estelar Astari, equivalente a Venus[1]. Baal, más primitivo, era también más nefasto para los hombres, frente a su rival El, que es propicio y justo para sus seguidores. En la Biblia ugarítica o cananea, el antagonismo de Baal, seguido de legiones demoníacas, y El, acompañado de ángeles, son estampas que se repiten reiteradamente. Las ordenanzas y preceptos únicamente citan a El, dios de los dioses (elm)[2].
    En las Crónicas del Gran Rey, historia anovelada, atribuidas a Niqmad, natural de Shirmond (Chipre?), rey de Ugarit, éste se rebela, abandonando a la diosa Asherat, esposa de El, pero no logra la protección de Baal y Astareth[3]. Su rebeldía fue castigada, como no podía ser menos, con inmensos desastres en el reino. Baal y El, ambas divinidades con potentes atributos, malo el primero y bueno el segundo, en las Crónicas, se manifiestan en constante lucha. En estas Crónicas, medio fantásticas medio históricas, también aparecen en contraposición Asherat, personificación del amor bueno y Astareth, símbolo del amor malo, siendo ésta última muy semejante a la Afrodita terrestre, fatal y funesta, descrita por el comediógrafo latino Plauto (251-184 a. C.):
"Diva Astarte hominum deorumque vis, vita, salus:
rursus eadem quae est Pernicias, mors, interitus"[4]

            Las leyendas mitológicas fenicias configuran las primeras imágenes teológico-religiosas de Zenón cuando llega al Pireo en el año 312. En alguna librería pública parece que leyó una obra de Jenofonte, acaso Memorabilia (=las Memorables); en ella, el escolarca exalta la figura de Sócrates con el mismo entusiasmo del cínico Antístenes.
            El primer impacto de los filósofos grecolatinos en la gran personalidad de Zenón no son sus veleidades personales; todo en él viene determinado por las profundas raíces diferenciales del helenismo indoeuropeo y del semitismo antiguo, es decir, de la cultura mediterránea del neolítico dominante en el Oriente próximo.
            Cicerón (106 a. C.- 43 a. C.) escribe De natura deorum (=Sobre la naturaleza de los dioses); en este diálogo entre tres personajes, llamados príncipes -los primeros-, los tres protagonistas representan a tres escuelas filosóficas: Veleyo, de la epicúrea; Balbo, de la estoica, y Cayo Aurelio Cotta (124 a. C. - 73 a. C.), de la Academia, discípulo y seguidor de Filón y cónsul del 75.  En esta obra Cicerón-Cotta se burla del fuego divino artífice de las cosas. Heráclito, como ya anticipamos, siguiendo la tradición de los filósofos jonios, ve en el fuego, el arché - fuente, origen, principio- del universo: no solo las cosas individuales salen del fuego y vuelven a él, sino que es el mundo entero el que acaba en el fuego, en algo similar a una conflagración universal, para después volver a renacer. Se encierra aquí la antigua idea griega del Eterno Retorno, que luego vuele a reaparecer en Platón y los estoicos; y también la idea de un juicio universal: al sobrevenir el gran fuego, juzgará y condenará todas las cosas, señala Heráclito en uno de sus fragmentos. Y en esto se ha visto las influencias de la astronomía caldeo-babilónica y de las religiones de los misterios.
            Con todo, a Cicerón no le era ajeno el concepto y sus diversas acepciones que el verbo arameo qainâyâ connotaba. Pero el vocablo y sus significados siempre resultaban graciosos para un romano. En sus conversaciones con Antíoco de Ascalón (ca. 150 a. C. - 68 a. C.), último filósofo de la Tercera Academia platónica, maestro de Cicerón y fiel intérprete de la cosmovisión aramea, aquellos eran temas de debate y de análisis comparativo de las propiedades lingüístico-conceptuales de las palabras, discusiones en las que tanto Antíoco, como antes Zenón, se habían formado. Las cualidades ígneas suprasensible, o metafísicas, constituyeron en Palestina creencias que estuvieron en vigor durante siglos y que llegaron hasta nosotros en copiosos pasajes de la Escritura.



[1]. Cfr. Elorduy, E., "Fundación de la Estoa" en El estoicismo, Madrid, Gredos, 1972, págs. 25 y ss.
[2] . Ibídem, pág. 26, n, 4.

[3]. Ibídem, pág. 26, n. 5.

[4]. Citado por Elorduy, op. cit., pág. 27, n. 7: Plauto, Mercator, IV, sc. 6, v. 825 ss.


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