ALONSO, Santos considera que una de las
obras más atractivas y sugestivas de nuestra literatura es el Oráculo. Si El Criticón es la vida misma mediante la acción, el Oráculo es la vida misma en normas. Sus
trescientos aforismos dicen mucho más de lo que aparentemente dicen, de lo que superficialmente
señalan, de ahí que el texto sea de difícil lectura.
Los
aforismos gracianos son semejantes a todas las formas existentes hasta la fecha
para expresar brevemente un pensamiento: participan del significado relevante y
ejemplar del apotegma (muchos de sus
aforismos llevan el verbo en imperativo o presente de subjuntivo, en la primera
parte de la frase), de la enseñanza didáctica de los proverbios, de la ética de las máximas
y los axiomas, y del valor universal
de los epigramas. Pero a lo que más
se aproximan es a las sentencias, a
los epigramas o a los proverbios. Cualquier significado
concreto y nimio le induce a Gracián a formular una verdad general, verdadera
para toda época y para todos los hombres.
La
inferencia es clara; el jesuita ha decido escribir un libro de consejos, de
reglas para gobernarse, partiendo de esa tradición de libros de consejo para
gobernantes. La diferencia está en que su destinatario no son los príncipes ni
los reyes, sino que su objetivo será el comportamiento de cualquier persona.
La
sustantiva prudencia que Gracián enseña en el Oráculo manual, la de cómo moverse en un mundo fundamentalmente
hostil, para sobrevivir en su piélago, ha sido la clave del éxito editorial de
la obra a lo largo de los siglos. Su potencia radica en esa adaptación del
hombre al mundo circundante, en ese acomodarse a la ocasión, un consejo de
conducta fundamental para el hombre barroco, pero que no deja de serlo para el
hombre de nuestro tiempo.
El
éxito, pues del Oráculo se debe, pues, a que Gracián ofrece “Al lector” un “epítome de aciertos de vivir”; el arte de prudencia pasa, de ser
norma de comportamiento en el ámbito político, a ser norma en la vida que
permite el triunfo moral en la vida cotidiana de todo ser humano. Y todo ello
desde una forma nueva, la del aforismo.
Como ya hemos anticipado, se han visto precedentes, por tener rasgos comunes al
aforismo graciano, en los apotegmas de Plutarco; en los de Erasmo
que revitalizan el género en el s. XVI; en la sentencia (un juicio general de obligación), o en los adagios o proverbios, que van dirigidos
a la formación de un hombre prudente y discreto. También los epigramas, que expresan una verdad
general deducida de algo concreto, y, finalmente, los emblemas y empresas, género inaugurado por Alciato y que también
pudieron influir en Gracián.
A.T.T.
Si el Renacimiento exaltaba la vida, el
Barroco va produciendo una progresiva desvalorización de todo lo terreno y se
vuelve a ideas medievales como la fugacidad de la vida y la caducidad de todas
las cosas. La base del desengaño barroco es la brevedad de todo lo terreno.
Frente al idealismo y optimismo renacentista, domina ahora una concepción
negativa del mundo, que aparece como caos, desorden, confusión, lo que conlleva
frustración y desencanto y esa negatividad viene también fomentada por las
conflictivas consecuencias histórico-sociales: guerras, pestes, decadencia del
Imperio…
La
vida barroca está presidida por la idea de la muerte: vivir es solo un tránsito
entre la cuna y la sepultura, título de una obra de
Quevedo. El paso del tiempo lo destruye todo, y, por tanto, todo es vanidad. La
realidad es sólo ilusión, apariencia, sueño (La vida es sueño de Calderón) y el mundo es un gran teatro donde
cada persona representa su papel; esta imagen del theatrum mundi se puede rastrear desde la Antigüedad al mismo
Renacimiento, hasta plasmarse en el auto-sacramental titulado El gran teatro del mundo del mismo don
Pedro Calderón de la Barca. Y como hay que vivir en este teatro, el hombre
barroco es un ser esencialmente desconfiado. Para sobrevivir en una realidad
tan engañosa en la que las cosas no son como parecen, en la que todo esta lleno
de trampas, es necesario saber moverse por él. De ahí que el modelo de comportamiento
renacentista se desplace de El Cortesano
de Baltasar de Castiglione al Discreto
o el Oráculo manual y arte de prudencia
de Baltasar Gracián. El jesuita nos propone el engaño, la prudencia, el saber
ocultarse, la discreción como el camino que debe seguir la vida del que quiera
triunfar o simplemente sobrevivir. El recuerdo de La vida del Lazarillo de Tormes y sus aventuras y adversidades
(Burgos, 1554) aún sigue vivo.
A.T.T.
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