El sueño de la razón produce monstruos

lunes, 25 de octubre de 2010

Para leer a Kazimir Malévich (II)

Composición II in Red, Blue, and Yellow (1930)

Piet Mondrian

No existe una obra canónica sobre los orígenes, nacimiento y expansión del arte abstracto en el siglo XX. El ensayo precursor de Michel Seuphor, L´Art abstrait, ses origines, ses premières maîtres (París, 1950), aunque es obra de referencia, no deja de ser un verdadero diccionario. Dos exposiciones plantearán actitudes divergentes sobre la abstracción:

a) La trascendental Cubismo y arte abstracto, de Alfred Barr, inaugurada en 1936 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Su título pone de relieve la implicación formalista de la abstracción y sus antecedentes. El cubismo es un movimiento visual fundamental y cuestiona la naturaleza de la realidad (Epistemología) y fue traspasado por muchos artistas para llegar a la abstracción; las preocupaciones cubistas fueron esencialmente formalistas. De los precursores del arte abstracto sólo Kandinsky eligió ignorar el cubismo, aunque estaba al tanto de su desarrollo y significado.

b) Lo espiritual en arte: Pintura abstracta 1809-1985, de la que fue comisario Maurice Tuchiman y organizada por Los Angeles Country Museum of Art en 1986. Fue la más completa exposición sobre arte abstracto. Posteriormente fue llevada a Chicago y La Haya. Los textos del catálogo se concentran en los ensayos de historiadores del arte acerca de sus antecedentes filosóficos y simbolistas de la abstracción, y en sus conexiones con la teosofía, el ocultismo y otros sistemas del pensamiento esotérico de muchas de sus primeras manifestaciones.

Los tres grandes pintores europeos que se aventuraron a la abstracción fueron Mondrian, Malévich y Kandinsky, a los que sucedieron en EE.UU. Paul Jackson Pollock, Barnett Newman, el letón Mark Ronthko y Clifford Still, que entre 1940 y 1950 dan a la abstracción un nuevo sentido y nuevas metas. Los cuatro constituyen las figuras más destacadas de expresionismo abstracto.

De los siete artistas citados, cinco alcanzan su madurez artística muy tarde. Malévich y Pollock, los dos más temperamentales e impetuosos, alcanzan su madurez más allá de los treinta años antes de tomar la abstracción por asalto.

La abstracción forma parte de nuestra realidad desde hace más de ochenta años; solo en la década de los sesenta surge una generación de artistas capaces de referirse a la abstracción como lenguaje; muchos anteriormente no estaban seguros de lo que querían expresar con los diversos lenguajes abstractos que se iban adoptando.

En cambio, los siete que hemos citado tuvieron la convicción de que seguían un camino hacia una nueva verdad o certidumbre pictórica fundamental, hacia un absoluto visual.

El holandés Mondrian, nacido en 1872, diez años mayor que Picasso y Braque, los inventores del cubismo, tuvo un estilo que le inspiró una revolución visual propia e igualmente radical. Piet Mondrian fue el más puro de los grandes precursores de la abstracción; sintió que la sencillez era el estado ideal de la humanidad, pero la aparente simplicidad de su propio arte no deja de ser engañosa. Aunque rechazó totalmente el empleo del símbolo, su abstracción está configurada por la filosofía idealista (Hegel) y llega a conclusiones a partir de sistemas herméticos de pensamiento, plagados de proporciones simbólicas. Su Composición II con azul (1943) alude a la idea de arte como icono, como sustituto de la creencia religiosa.

Mondrian escribió mucho sobre arte, como Malévich y Kandinsky; y los tres insistieron en que su práctica pictórica era forma puramente intuitiva y que su preocupación no era teórica. Los tres se sintieron abrumados y deslumbrados por la pluralidad de senderos que llevaban a un mundo nuevo, interior y abstracto. Aunque sintieron la necesidad de hablar de ello, ninguno justifica su propio arte; a penas aluden a la llegada de una nueva sensibilidad capaz de expresar nuevas verdades pictóricas. Los escritos de Mondrian son pomposos y repetitivos, llenos de contradicciones, lo que contrasta con sus pinturas, ya que estas armonizan oposiciones visuales de forma única y genial (Heráclito).

La rusa Helena Petrovna Blavatsky fundó la sociedad Teosófica en 1875. Mondrian no conoció sus escritos hasta 1908 y llega a reconocer que la cosmogonía de Madame Blavatsky era la que estaba buscando. Entonces la teosofía estaba de moda. Pero la falta de rigor intelectual de Helena hace que en la actualidad sus principios no se tengan en cuenta; aunque sus textos fueran muy leídos y permiten adentrarse en el pensamiento ocultista y religioso de la época. Los artistas se veían a sí mismos como parte de un periodo de transición y los dogmas de la teosofía les parecieron maravillosamente sugerentes y flexivos.

De la teosofía, Mondrian tuvo la convicción de que la vida estaba orientada hacia la evolución y que el objeto del arte era darle expresión a ese principio, y que el progreso hacia la revelación última llega a través de la reconciliación y el equilibrio (armonía) de fuerzas opuestas, objetivo que se alcanza tal vez destruyendo cualquier principio o creencia dominante.

Junto a Helena Petrovna, Rudolf Steiner, que en 1913 funda el disidente movimiento antroposófico y dio conferencias sobre Goethe y Hegel, también tuvo influencias teóricas. Aceptó la idea de Steiner de que el conocimiento elevado que buscaba el teósofo podía ser deducido a partir de la observación de fenómenos visuales cotidianos por medio de la “observación consciente”. Por otro lado, el posterior apego de Mondrian al rojo, amarillo y azul (tres colores primarios) le debe mucho a La teoría del color de Goethe (1809).

La combinación personal de lo espiritual manchado por lo oculto, según proponía la teosofía, además del idealismo platónico de Hegel, serán los leves fundamentos doctrinales que le permitirán configurar y confirmar en último término las premisas de su arte.

La lealtad de Mondrian a la Petrovna está probablemente en que esta veía la religión y el arte como si transitara por caminos paralelos y defendía que el objeto de ambos era trascender la materia. Pero Mondrian irá más lejos de la teosofía al desarrollar su estilo abstracto y rechazar que la teosofía pueda experimentar “una armonía real y completamente humana” como se logra con el arte. De ahí que el arte se convierta en un sustituto de la experiencia religiosa. Aunque sin duda, fue la teosofía la que hizo de Mondrian el pintor-filósofo.

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