El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 9 de octubre de 2010

La traición de las imágenes (II): Cervantes

La causa que llevó al relator del Consejo de Indias a negar el salvoconducto a Cervantes para entrar en el Nuevo Mundo[1], pudo ser el tópico de la impureza de sangre, como tradicionalmente se viene argumentando con numerosos datos desde Francisco Rodríguez Marín a las investigaciones de Américo Castro. Don Miguel de Cervantes era un cristiano nuevo y, por Real Cédula, se les prohibía a éstos formar parte de la Administración y ocupar en ella puestos oficiales. Fueron los RR.CC. quienes firmaron el edicto de expulsión de los judíos de España tras la reconquista del reino de Granada, entonces en manos de los musulmanes y el descubrimiento de las llamadas Yndias occidentales. En la España de los siglos XVI y XVII, todo converso o “falso”, como aparece en documentos de la época, era tenido por sospechoso; por esto había que probar la limpieza de sangre con un certificado con el que se podía demostrar, por medio de distintos testimonios, que los abuelos paternos y maternos eran cristianos viejos.

Al fantasma de la mancha, pronto le acompañó el recurso de las delaciones anónimas por el que se podía acusar ante el Santo Oficio a cualquiera de impureza de sangre. Cervantes adoptará una clara actitud frente a aquella funesta realidad social en dos de sus entremeses de drama aldeano y rural; la primera se intitula:

La elección de los alcaldes de Daganzo[2], donde destruye el tópico la limpieza de sangre a carcajadas, al tiempo que extiende su sátira mordaz a los dogmas de la Contrarreforma de la España del XVII; en verso libre, la pieza apenas cuenta con acción. En ella caricaturiza y ridiculiza a los cinco “pretensores[3] que alegan cualidades pintorescas para ejercer de Alcalde. Cuando el Bachiller Pesuña le pregunta al rústico Humillo, zapatero e iletrado, uno de los candidatos, si sabe leer, responde:


FRANCISCO DE HUMILLOS

No, por cierto, Ni tal se probará que en mi linaje

Haya persona de tan poco asiento (i. e. juicio; cordura),

Que se ponga a aprender esas quimeras,

Que llevan a los hombres al brasero (i. e. a la hoguera),

Y a las mujeres a la casa llana (i. e. mancebía; prostíbulo).

Leer no sé, más sé otras cosas tales,

Que llevan al leer ventajas muchas.

BACHILLER

Y ¿cuáles cosas son?

HUMILLOS

Sé de memoria

Todas cuatro oraciones[4], y las rezo

Cada semana cuatro y cinco veces

RANA

Y ¿con eso pensáis ser alcalde?

HUMILLOS

Con esto y con ser yo cristiano viejo,

Me atrevo a ser un senador romano.


(CERVANTES, Miguel de, “La elección de los alcaldes de Daganzo” en Entremeses, ed. de Nicholas Spadaccini, Madrid, Cátedra, 1982, pp. 154 y ss.).


Otro de los candidatos que entra al interrogatorio será “UN SOTA SACRISTAN, muy mal endeliñado (i. e. mal aliñado o compuesto; mal vestido)” pero los del tribunal seleccionador y algún otro de los cuatro candidatos (el Bachiller, Pedro Estornudo, escribano, Panduro, regidor, Alonso Algarroba, también regidor, y Pedro de la Rana) le mantean obligándole a desistir. Parece como si Cervantes quisiera censurar la intromisión de los eclesiásticos en los asuntos civiles. Y la segunda y última representación entremesil de Cervantes, sobre la limpieza de sangre, lleva por título:

El Retablo de las maravillas[5] donde Cervantes, en tono más que jocoso, también destroza el tópico de la impureza de sangre. En esta ocasión, los pícaros se llaman Chanfalla, la Chirinos, los que manejan las marionetas del retablo cuya virtud consiste en hacerse invisibles para los hijos ilegítimos y también para los conversos, y Rabelín, el niño cómplice de la pareja cuyo oficio, según Chanfalla, es “tocar en los espacios que tardaren en salir las figuras del Retablo”. Se invita a la representación a un grupo de notables aldeanos -Gobernador, Pedro Capacho (el escribano), Benito Repollo y Teresa Repolla (el alcalde y esposa), Juan Castrado y Juana Castrada (el regidor y esposa) y el Sobrino de la alcaldesa- espectáculo sólo para los que están “sin mancha”. En la escena final se oye una corneta dentro del teatro y entra un Furriel de compañías al que gastan bromas al confesar este que no ve las maravillas del retablo.

De esta forma, Cervantes españolizó el cuento imaginando un espectáculo teatral de títeres o marionetas invisibles para los hijos bastardos y para todo espectador de sangre impura de ascendencia principalmente judía y mora; al mismo tiempo, traslada la acción del mundo cortesano feudal al aldeano y rural porque los villanos presumían de ser cristianos viejos, sin mezcla de sangre judía y mora. El gobernador y el escribano fingen ver lo mismo que están viendo los otros, antes que revelar que no ven nada por miedo al qué dirán o a ser tildados de impuros. Cervantes está introduciendo en la pieza otro tópico de la época, la confusión entre el ser y el parecer, que alcanza su apogeo cuando el furriel solicita al Gobernador que se encargue de alojar a treinta soldados de caballería en las casas particulares de aquellos aldeanos que no fuesen hidalgos de sangre. Aquella norma era una carga económica para los más humildes; quizás por eso el Alcalde insinúe que se soborne al furriel con el baile de Herodías, la que fuera madre de Salomé, “porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizás con esto le cohecharemos para que se vaya presto del lugar”. La frontera entre la realidad y el embeleco queda totalmente difuminada y confusa cuando el Gobernador manifiesta la duda de que los soldados “no deben ser de burlas”. Veamos:

FURRIER (i. e. furriel)

¿Quién es aquí el señor Gobernador?

GOBERNADOR

Yo soy. ¿Qué manda vuestra merced?

FURRIER

Que luego, al punto, mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós.

(Vase.)

BENITO

Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.

CHANFALLA

No hay tal; que esta es una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas de aquí.

BENITO

Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos, no perdonando al músico; y mira que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento de enviar estos hombres de armas, que le haré dar doscientos azotes en las espaldas, que se vean unos a otros (i. e. sin interrupción).

CHANFALLA

¡Digo, señor alcalde, que no los envía Tontonelo¡

BENITO

Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandijas que yo he visto.

CAPACHO

Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.

BENITO

No digo yo que no, señor Pedro Capacho. […]

(Vuelve el FURRIER)

FURRIER

Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.

BENITO

¿Qué todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, Autor de humos y de embelecos, que me lo habéis de pagar¡

CHANFALLA

Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.

CHIRINOS

Séanme testigos que dice el Alcalde que, lo que manda S. M., lo manda el sabio Tontonelo.

BENITO

¡Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios Todopoderoso¡

GOBERNADOR

Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben ser de burlas.

FURRIER

¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?

JUAN

Bien pudieran ser atontoneleados; como esas cosas hemos visto aquí. Por vida del Autor, que haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizá con esto le cohecharemos (i. e. sobornaremos) para que se vaya presto del lugar.

CHANFALLA

Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace señas a su bailador a que de nuevo la ayude.

SOBRINO

Por mí no quedará, por cierto.

BENITO

¡Eso sí, sobrino, cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha¡ ¡Al hoyo, al hoyo¡ ¡A ello, a ello¡ (Exclamaciones para exhortar).

FURRIER

¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta y qué baile, y qué Tontonelo?

CAPACHO

¿Luego no ve la doncella herodiana el señor Furrier?

FURRIER

¿Qué diablos de doncella tengo que ver?

CAPACHO

Basta: de ex il[l] es. (i. e. de ellos eres. Una criada de Caifás lanzó esas palabras a San Pedro cuando este negaba a su Maestro. Capacho, al usar esas mismas palabras, está acusando al furriel de judío. A reglón seguido lo harán el Gobernador, Juan Castrado y Benito Repollo).

GOBERNADOR

De ex il[l] es, de ex il[l] es.

JUAN

Dellos es, dellos el señor Furrier; dellos es.

FURRIEL

¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que, si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta¡

CAPACHO

Basta: de ex il[l] es.

BENITO

Basta: dellos es, pues no vee nada.

FURRIER

¡Canalla barretina¡ (i. e. canalla villanesca y judía. La barretina: especie de gorra que usaban los campesinos y hebreos.)

BENITO

Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir: dellos es, dellos es.


(Cervantes, Miguel de: “El Retablo de las maravillas” en Entremeses, ed. de Nicholas Spadaccini, Madrid, Cátedra, 1982, pp. 233 y ss.)


Así es como Cervantes juega con el tópico de la impureza de sangre en tono más que jocoso; el retablo como objeto maravilloso posee la virtud de no ver las figuras que en él aparecen si se es bastardo o judío converso. Naturalmente, en aquella representación, nadie tiene sangre judía y todos son hijos de matrimonio legítimo. Es decir, juega con los complejos y con la duda.

Para los españoles de entonces el mayor problema de su existencia consistía en saber y calcular la valía de su españolismo y “que el ser hijo de bendición y cristiano viejo” eran las dos condiciones mínimas para ser español. La acción del entremés se desarrolla en un ambiente popular y rural, en el pueblo de Algarrobillas (Extremadura), administrado por su hueste de villanos ricos que representan a los dueños de la propiedad rústica de la tierra amenazada por la gran propiedad feudal. Este ambiente da sentido al planteamiento del Retablo y su magia, porque las víctimas de Chirinos y Chanfalla son precisamente los que administran la justicia municipal. El mismo Cervantes sufrió de cerca las injusticias de algunos de aquellos concejos de Andalucía y Extremadura. Con todo, los dirigentes municipales estaban obsesionados con la idea del antisemitismo y la traída y llevada limpieza de sangre y en un ambiente rural en que no se concebía la impureza. Por eso Cervantes los convierte en auténticas marionetas.

Los verdaderos títeres de Chafalla son los espectadores mismo, aquellos villanos a los que Cervantes maneja con los hilos de sus propias obsesiones al hacerles ver fantasías imaginarias y aplaudiendo un espectáculo reservado solo a los que están “sin mancha”. Aquellos villanos no pueden revelar abiertamente que allí no ven nada por sus miedos viscerales a ser tachados de impuros. Y aquí Miguel de Cervantes pone en juego otro tópico de la época: la confusión ontológica entre ser y parecer. En fin, parodia genial que refleja un mundo que fantasea con delirios y falsas ilusiones en el que Cervantes toma partido en contra de la limpieza de sangre, que desgarraba a la sociedad española de entonces.

Para Cervantes y para la imaginación de los hombres de la época, las recién descubiertas Indias occidentales se veían como “refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”, según escribe el mismo Cervantes en El celoso extremeño, una de sus Novelas ejemplares”.

Sin embargo, por aquellas tierras, apareció Simón Bolívar, fervoroso lector del Quijote, quien con el Quijote en la mano emancipó a Colombia, “E hizo la guerra pude decirse que solo, sin Estado Mayor, a lo don Quijote. La humanidad que le seguía –humanidad y no mero ejército- era su Sancho”, escribe Unamuno en su Don Quijote Bolívar (ibídem, p. 14 y ss.), quien nos recuerda, poco después, aquella frase de Bolívar ya casi moribundo: “¡Los tres más grandes majaderos de la Historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote... y yo!”.



[1]. La imagen que Cervantes tiene de América se refleja en su obra. Conoció a algunos escritores que pasaron a las Indias Occidentales: Alonso de Ercilla, Oña, Chaves, Estrada, Montes de Oca, Diego de Aguilar, Sotomayor... Además en Sevilla oyó hablar de Cristóbal Colón, Américo Vespucio, El Inca Garcilaso de la Vega, Pizarro, Hernán Cortés, Francisco de Orellana, Pedro de Alvarado... También varias veces alude al clima americano, a los “huracanes y corrientes en Bermudas y Bahamas”, a las “calmas ecuatoriales”, las riquezas de Potosí; cita también ciudades como Charcas, Lima, Méjico...; usa voces de allá como “papagayo, cacao, bejuco, caribe, cacique...”; cita peruleros como Tello Avendaño, Isunza, Gamboa; habla de “jinetes mejicanos” y también del mejicano Baltasar de Orena, el arequipeño Diego Martínez de Rivera. En fin, en toda su obra aparece el trasfondo de un nuevo mundo descubierto y lleno de aventuras.


[2] . Este topónimo alude posiblemente a Daganzo de Abajo (Toledo), actualmente desaparecido. El escribano quiere que la elección sea limpia porque más tarde tiene que ser confirmada por la nobleza del antiguo Reino de Toledo. El proceso de elección de Alcaldes está descrito en las Relaciones topográficas que mandó hacer Felipe II hacia finales del s. XVI.


[3] . (i. e. pretendientes: Juan Berrocal, Francisco de Humillos, Miguel Jarrete, Pedro de la Rana y el Sacristán), “Hombres todos de chapa y de caletre ( i. e. personas principales –de chapa- y capaces – de caletre -)”.


[4] .Toda idea nueva era sospechosa. Por eso dirá que con saber de memoria el Padrenuestro, Ave María, Credo y Salve (“todas cuatro oraciones”) y rezarlas varias veces por semana y, “con ser yo cristiano viejo”, esto es, de sangre limpia y no judía o mora, le sobra para desempeñar cualquier cargo de autoridad. En la España de la época, el saber intelectual se relacionaba a menudo con los judíos conversos.


[5]. Cervantes parece inspirarse en el enxiemplo XXXII, “De lo que aconteció a un rey con los burladores que fizieron el paño”, del Conde Lucanor o Libro de Patronio, escrito en 1335 por Don Juan Manuel, Infante de Castilla; allí se narran 51 enxiemplos o apólogos muchos de ellos de influencia oriental.

Marcel Bataillon defiende como antecedente la historia del rudo campesino alemán Till Eulenspiegel, un personaje del folklore del norte de Alemania y los Países Bajos; el tal Till parece que pudo nacer en Kneitlinger (ducado de Brunswick) ca. 1290 y murió allá por el año 1350 en Mölln. Recorrió parte del Sacro Imperio Románo Germánico; sobre todo pasó por el norte de Alemania, pero también viajó por los Países Bajos, Bohemia e Italia.

Till, en los cuentos tradicionales que inspiró, aparece como un astuto pícaro campesino; jamás se doblega ante las normas sociales al uso de aquella sociedad.

Se hace pasar por estúpido para engañar a la gente arrogante de la ciudad; casi siempre, Till Eulenspiegel alcanza lo que se propone usando medios que satirizan las costumbres contemporáneas y las clases sociales. El pícaro Till será el personaje de numerosos cuentos tradicionales de la literatura medieval alemana; estos relatos son anécdotas satíricas que alcanzaron gran popularidad. Su primera recopilación data de 1515 y, desde entonces, las aventuras del rudo y burlón campesino que se hace pasar tonto se extendieron por toda Europa. Bataillon propone el siguiente relato del s. XVII:

“Cómo Till Ulenspiegel pinta para el Lanfgrave de Hesse (i. e. título nobiliario del Sacro Imperio Romano Germánico que equivalía al de conde) y le hace creer que quien fuera de nacimiento ilegítimo no podía ver nada de la pintura”. Este relato, según Marcel Bataillon, está más cerca de la farsa cervantina del Retablo que el enxiemplo de Don Juan Manuel. Sin embargo, tanto el paño mágico del enxiemplopinturas flamencas como las presentan, como cualidad común, ser invisibles para los hijos bastardos.

No hay comentarios: