El sueño de la razón produce monstruos

sábado, 16 de octubre de 2010

La traición de las imágenes (IV): El Bosco y Quevedo

El Bosco pintó sueños

El filólogo, poeta y pintor belga Dominicus Lampson (Brujas, 1532-Lieja, 1599) en su libro Pictorum… Efficies, muy divulgado en el siglo XVI, calificó los cuadros de El Bosco de “sueños ingeniosos”.

Si para Quevedo El Bosco pintaba “sueños”, era por el carácter extravagante y fantástico de sus cuadros, en los que daba rienda suelta a su imaginación, representando ya “guissados” demonios, ya hombres en “estrañas posturas”, como dice en el Buscón (III, ii, 171).

Quevedo mostró más interés por este pintor que por cualquier otro, y más que cualquier otro literato de su época. No reprendió al Bosco, ni le caricaturizó ni le condenó al infierno. En sus obras Sueños y La Hora de todos, Quevedo siguió la tradición que tenía al Bosco por gran maestro de “pintar demonios”.

Al principio de cada Sueño, excepto el primero, Quevedo afirma que los cinco forman una serie completa, que empieza con el Sueño del Juicio, sigue con el Alguacil endemoniado, el Infierno y el Mundo por de dentro, y termina definitivamente con el sueño de la Muerte.

La Hora de todos parece una prolongación, una nueva versión, un logro “del mismo linaje que los admirables Sueños” (MENÉNDEZ PELAYO, 1953, t. IV, pág. 93). Y para J. CEJADOR Y FRAUCA, La Hora “no es más que otro de los Sueños, el mejor de ellos” (Clásicos Castellanos, n. 31, Madrid, 1854, pág. XII).

Si bien es verdad que La Hora de Todos expresa contenidos característicos de los Sueños, concretamente un desfile de tipos sociales, que son el blanco favorito del satírico: médicos, boticarios, estafadores, jueces, alguaciles, poetas, taberneros, alquimistas, viejas coquetas, prostitutas, casamenteros, charlatanes, no es menos que La Hora, tildada como “fantasía moral” para diferenciarla de anteriores ficciones, ofrece una profunda originalidad: la de ser una viva síntesis de una sátira quevedesca estrechamente ligada a su cosmovisión y a su convicción íntima de dar entrada a los temas políticos y al compromiso ideológico del autor en asuntos relacionados con la situación de España y los problemas europeos de su época.

Quevedo afirma que el propósito del Sueño del Juicio es incitar al lector a reflexionar sobre la obra (“duerme V.S. sobre ellos”), para que después, enriquecido por la lectura, llegue a ver la realidad a su manera (“ver las cosas como las ve”), y llegue también a esperarla en la forma en que el autor la ha representado (“les espera como las digo”).

En definitiva, Quevedo afirma que la verdad no se encuentra en las cosas que vemos, sino en la manera en que las vemos (“como las ve”), y en la manera en que las representamos en la Literatura (“como las digo”), o en la pintura, se podría añadir.

En este sentido, podemos afirmar que Quevedo y el Bosco se anticipan más de dos centurias a Schopenhauer cuando afirma este que El mundo es mi representación.

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