El sueño de la razón produce monstruos

lunes, 18 de octubre de 2010

Schopenhauer: las raíces de Freud (I)

En Schopenhauer, la Filosofía stricto sensu es METAFÍSICA porque no se limita a describir lo existente, sino que lo concibe como un FENÓMENO en el que se REPRESENTA una cosa en sí (el noúmeno kantiano), un ser distinto al que se manifiesta.

La distinción kantiana entre noúmeno (la cosa en sí en su existencia pura, independiente de toda representación; lo ininteligible) y fenómeno (“lo que realmente conocemos, la apariencia”, el objeto de la representación, lo sensible) restaura una verdad ya enunciada hacía milenios por dos mitos:

a. el Mito de la Caverna -> Platón, y

b. Buda y la doctrina Veda -> el mítico Velo de Maya.

Schopenhauer (1814) identifica por vez primera “la idea platónica” y “la cosa en sí” kantiana con la VOLUNDAD. Todo viene a ser lo mismo.

Su ingente metafísica arranca de Kant y despeja la gran incógnita kantiana, esa “x” con que la “cosa en sí o noúmeno”, el trasfondo del mundo fenoménico, al que Schopenhauer llama REPRESENTACIÓN. Kant considera el noúmeno como incognoscible; y éste, para Schopenhauer, no es más que la VOLUNTAD, de la que participa nuestro propio ser.

Para Schopenhauer, la verdadera puerta de acceso al centro del laberinto de la filosofía es “la voluntad que mora dentro de nosotros”. La VOLUNTAD es el querer: si nos miramos dentro, dirá, nos vemos siempre queriendo. El querer, la voluntad, es el más inmediato de todos nuestros conocimientos.

El término VOLUNTAD, palabra mágica en Schopenhauer, es la que nos desvela o nos descubre la esencia misma del noúmeno, de la cosa en sí kantiana. La VOLUNTAD no se alcanza por un silogismo de manera mediata, sino que la VOLUNTAD es algo conocido inmediatamente porque nos es muy familiar. Es el sustrato común a todos los fenómenos, una suerte de pulsión volitiva inconsciente que Schopenhauer describe como un apremiante afán o una tendencia irresistible, que guarda con la voluntad humana un lejano parentesco.

Schopenhauer prefiere usar el término VOLUNTAD antes de ALMA DEL MUNDO, para emparentarla con lo que mejor conocemos, NUESTRA VOLUNTAD, y así poder acceder mejor (conocer por analogía) esa VOLUNTAD CÓSMICA, cuyo nombre en griego es θέλημα (voluntad pulsional ciega e inconsciente propia del deseo. Es la voluntad cósmica, intrínseca a la cosa en sí, al noúmeno, la voluntad del cosmos) frente a la βουλησις, el proceso deliberativo que tiene conciencia de intentar cumplir con un designio. Esta última es la voluntad reflexiva, deliberativa, la voluntad conforme a una determinada elección.

Según Schopenhauer, esa VOLUNTAD CÓSMICA suele abandonar durante un instante (lo que dura una vida) la eterna noche del inconsciente y despierta a la vida como una βουλησις individual, para retornar luego a su inconsciencia originaria tras ese penoso y efímero sueño (el sueño de Calderón).

Mientras dura en ese trance (sueño) sus deseos no tienen fin y sus anhelos resultan inagotables, ya que cada demanda satisfecha engendra una nueva. El deseo colmado cede sin demora su puesto a uno nuevo: aquél es un engaño conocido y éste uno todavía por conocer. Ningún objeto del querer, del deseo, una vez conseguido, puede procurar una satisfacción duradera… Mientras el sujeto del querer se entregue al apremio de los deseos no habrá para nosotros dicha o calma duraderas. La preocupación por las continuas exigencias de la voluntad, cualquiera que sea su forma, colma y agita sin cesar la conciencia, sin reposo ni bienestar posible.

Así el sujeto del querer está girando continuamente sobre la rueda de Ixión[i], acarrea siempre agua al cedazo de las Danaides[ii] y se consume eternamente como Tántalo [iii]. En este contexto, la frase “VOLUNTAD DE VIVIR” es un pleonasmo. Como la VOLUNTAD es “la cosa en sí”, lo esencial del mundo, y la vida es el fenómeno, la apariencia, tan solo el espejo de la VOLUNTAD, entonces la vida como imagen acompañará a la VOLUNTAD, la esencia del mundo, el noúmeno, inseparablemente como la sombre acompaña al cuerpo.

Un análisis detallado de la obra de Schopenhauer El mundo como voluntad y representación nos pondrá de manifiesto que muchas ideas de Freud (1856-1939) habían sido anticipadas por aquél un siglo antes. Schopenhauer, como psicólogo de la voluntad, es el padre de toda la psicología moderna. De él parte una influencia que, a través del radicalismo de Nietzsche, llega a Freud y los que constituyeron una psicología del inconsciente y la aplicaron a las ciencias de la mente.

El concepto schopenhauriano de voluntad tiene en germen los conceptos del Inconsciente y del Ello de Freud. Un siglo antes, Schopenhauer había incubado el trasfondo de las teorías psicoanalíticas, al postular que la existencia humana se sustenta en torno a un núcleo irracional y dinámico (la voluntad), aspecto no desconocido tampoco por poetas como Edgar Allan Poe y (1809-1849) y Charles Pierre Baudelaire (1821-1867), llamado poeta maldito por su vida bohemia y por sus excesos, quienes intuyeron la presencia de un mal profundo inherente al hombre.

Nada puede conseguir que la VOLUNTAD deje de querer de nuevo e incesantemente; nada colma la vasija rota de la Danaides; es el inextinguible afán volitivo. De ahí que el único bien supremo se cifra en esa plena negación de la voluntad que se suprime a sí misma por la vía del ascetismo, al decidir dejar de querer para librarse del sufrimiento que impera en el mundo.

Llegado a este punto, Schopenhauer invoca la experiencia estética del goce de lo bello y describe aquí la liberación del deseo y de la constante preocupación del querer. La contemplación estética se hace pura al quedar el hombre exonerado de su constante e insaciable querer. Y a partir de aquí colige que la vida se hace venturosa en aquellos hombres cuya voluntad se vea apaciguada de sus constantes y amargas luchas contra su propia naturaleza, no sólo un instante, como sucede con la contemplación gozosa de lo bello, sino cuando alcanza el dominio de todo deseo, de su tendencia a querer.

El hombre, en ese estado, sigue existiendo como puro sujeto cognoscente, como límpido espejo del mundo. Nada puede ya angustiarle ni conmoverlo, al logar cortar los hilos del querer que nos une al mundo y nos desgarran bajo el dolor constante como deseo, temor, envidia, cólera. Los espejismos de este mundo le son indiferentes, como las piezas del ajedrez al acabar el juego o como los disfraces arrojados al suelo, cuyas figuras nos intrigaban y nos inquietaban en la noche del carnaval.

Schopenhauer, al aplicar su propia filosofía a la disquisición kantiana entre fenómeno y noúmeno, considera al ser humano desde dos puntos de vista contrapuestos:

a. Como ese individuo, plagado de deseos, de dolores y defectos, cuyo fugaz tránsito por el tiempo es tan efímero como el sueño de la sombra (La vida es sueño de Calderón),

b. al tiempo que es aquel ser originario e indestructible que se objetiva en todo cuanto existe. A este hombre le cabe decir, como a la vieja leyenda de culto a la diosa velada de Isis en Sais (Egipto): “Yo soy todo lo que he sido, es y será”. Para Novalis, en fragmento Los discípulos de Sais, el velo de la diosa es el símbolo poético de la naturaleza misma. Es el triunfo del Idealismo.

Schiller dedicó un poema a La imagen velada de Sais. Un joven discípulo del templo de Isis en Sais cuyo afán era conocer la verdad, contemplarla, y gozar en esa contemplación de la posesión de todas las cosas. La verdad, le dice su maestro, está en el rostro de la diosa, cuya imagen se encuentra cubierta por un velo que ningún mortal con culpa puede levantar sin morir. La fabula termina mal: el joven no pudo refrenar su pasión, y lo encontraron muerto una mañana ante la imagen velada. Lo que el discípulo de Sais vio y no pudo contar, se convirtió para la filosofía alemana de finales del s. XVIII y parte del XIX en un misterio fascinante que da pie a la especulación poética. Hay que tener en cuenta que el mito de Sais encierra el misterio mismo de la naturaleza. La diosa guarda en sí la clave de todas las cosas.

La clave para la interpretación de la tragedia de Sais nos la da Kant y la filosofía crítica. Lo que hay detrás de esa pluralidad de fenómenos, lo que da unidad sintética a nuestra experiencia de la naturaleza, no es lo diferente; ni el mundo, ni el alma, ni Dios. Es, dice Kant, la “apercepción trascendente”, que designa la autoconciencia, el Yo. La subjetividad es la diosa que guarda en sí la clave interpretativa del mundo, y con esa clave seremos capaces de interpretar el lenguaje de su velo, y leyendo lo que significa podemos ver lo que oculta. Ahí está la verdad de todas las cosas, el significado de la naturaleza. Y eso somos nosotros. La naturaleza es el reflejo adecuado de una subjetividad absoluta. Entendiendo esto, entendemos la naturaleza y en ella a nosotros mismos. Todos los misterios se desvelan, y la razón encuentra la paz. El hombre como sujeto se hace transparente a sí mismo, allí donde se reconoce como principio activo de todas las cosas, y a éstas como reflejo de su actividad creadora. Lástima que el joven discípulo que descubre esto muera. Y es que la amenaza del Idealismo es también el nihilismo.

Freud propuso que la principal fuerza impulsora de la conducta estaba situada más allá del alcance de la conciencia, que al estar reprimida, afloraba expresándose tortuosamente a través de los sueños, las obras de arte, las distorsiones del razonamiento, los lapsus y el comportamiento neurótico. Esa fuerza interior era en esencia la energía del deseo, y concretamente del deseo de realización sexual. Con Freud, las pasiones oscuras, propias de la estética y el ideario romántico de los poetas malditos, adoptan una apariencia modernista enmascaradas con un lenguaje cuasi biológico como “impulsos libidinales”, que llevan a Freud a intentar lograr pruebas objetivas de lo inconsciente. Y aquí lo dejamos por hoy…



[i] . Ixión prometió a Deyoneo un valioso regalo si le permitía casarse con su hija Día, pero nunca cumplió su promesa, por lo que su suegro, en compensación, le tomó en prenda sus yeguas. Ixión, disimulando su resentimiento, invitó a Deyoneo a una fiesta en Larissa, prometiéndole el pago y una vez que lo tuvo en su casa, lo arrojó a un foso lleno de carbones ardiendo. Este crimen, que vulneraba las leyes sagradas de la hospitalidad horrorizó tanto a los reyes vecinos que ninguno quiso purificarle, obligando a Ixión a vivir escondido y huyendo del trato de los demás.

Abandonado y aborrecido por todos, imploró perdón al dios Zeus, que se apiadó de él acordándose de que hasta los mismos dioses hacían locuras por amor y, purificándole, le invitó a la mesa de los dioses. Pero Ixión, lejos de estar agradecido, intentó seducir a Hera, la mujer de Zeus, que indignada se lo contó a su marido. Otra versión afirma que Hera estaba dispuesta a complacer a Ixión para vengarse de las infidelidades de Zeus, que se enteró por otros medios. Para probar si las proposiciones eran ciertas Zeus creó una nube con la forma de su mujer, y la hizo aparecer ante Ixión, que cayó en la trampa. De la unión de Ixión y la falsa Hera, llamada Néfele, nació el niño Centauro, que cuando llegó a adulto engendró con yeguas magnesias la raza de los hombres-caballo, que por esto eran llamados ixionadas.

Zeus, pensando simplemente que el beber el néctar de los dioses había trastocado a Ixión, se conformó con desterrarlo simplemente. Pero cuando vio que el ingrato presumía de haber seducido a Hían los que habían probado la ambrosía), y le condenó al Tártaro, donde Hermes le ató con serpientes a una rueda ardiente que daba vueltas sin cesar. Sólo descansó de su tormento el tiempo que Orfeo estuvo en los infiernos, pues su maravilloso canto hizo que se parara la rueda.

[ii]. El dios del mar, Poseidón, tuvo con la ninfa Libia dos hijos. Uno fue Agenor, quien se trasladó a Siria. Su hermano Belo vivió en el país del Nilo, desde donde gobernó a los países africanos. Belo se unió a Anquínoe, hija del dios Nilo, y con ella tuvo a dos hijos gemelos, a quienes llamó Dánao y Egipto.

Egipto recibió el reino de Arabia y Dánao el de Libia. Sin embargo, Egipto reclamó el fértil valle del Nilo y le dió a este país su propio nombre. Egipto tuvo cincuenta hijos de diversas mujeres, mientras que Dánao tuvo cincuenta hijas, que fueron llamadas las Danaides.

Hubo disputas entre los dos hermanos, y Dánao, temeroso del poder de Egipto y por consejo de Atenea, construyó un barco de cincuenta remos y huyó de África, refugiándose en Argos. Ahí, sus hijas edificaron un templo a Atenea.

En Argos reinaba Gelanor, a quien Dánao reclamó el trono. Gelanor se resistió, pero durante la discusión un lobo salió del bosque cercano y se arrojó contra un rebaño que pasaba frente a la ciudad. Atacó a un robusto toro y lo dominó, dándole muerte. Gelanor vió esto como un signo del fin de su reino, y cedió su corona a Dánao.

Se cuenta también que el país estaba devastado por la sequía, pues Poseidón estaba enfadado cuando Argos fue concedido a Hera, cuando él quería el país para sí. Una de las Danaides, Amimone, había sido enviada con sus hermanas para buscar agua. Fatigada por el viaje se tendió a descansar en el campo. De pronto surgió un sátiro que trató de forzarla. Amimone llamó en su ayuda a Poseidón, quien repelió al sátiro con un golpe de su tridente. El golpe dio en una roca, de la que surgió una triple fuente que proveyó de agua a Argos.

Así reinó Dánao durante un tiempo, hasta que llegaron a Argos sus sobrinos, los hijos de Egipto. Éstos le pidieron que olvidara la rencilla con su padre, y anunciaron que su visita tenía la intención de casarse con las Danaides para sellar la paz. Dánao dió su consentimiento, pero desconfiaba de la reconciliación.

Así los cincuenta hijos de Egipto se casaron con la cincuenta hijas de Dánao. El rey celebró las bodas con un gran banquete, pero en secreto le dio a cada una de sus hijas una daga, haciéndoles prometer que darían muerte a sus esposos durante la noche.

Todas las Danaides cumplieron su promesa, excepto la mayor, Hipermnestra, quien conservó la vida de su esposo Linceo por haberla respetado durante la noche de bodas. Todos los demás hijos de Egipto fueron decapitados, y mientras sus cuerpos recibían los ritos funerarios en Argos sus cabezas eran enterradas en Lerna. Egipto, lleno de pesar por la muerte de sus hijos y temeroso de Dánao, se retiró a Aroe, donde murió.

Por orden de Zeus y por mediación de Hermes y Atenea, las Danaides fueron purificadas de su delito. Pero Hipermnestra fue puesta bajo vigilancia por Dánao, por haber desobedecido su orden. Fue liberada durante su juicio, gracias a la intervención de la diosa Afrodita, a quien agradaba el amor que había nacido entre ella y Linceo.

Pero luego de este suceso Dánao no pudo casar a sus hijas, pues cualquier pretendiente sentía el temor de ser asesinado como los anteriores. Por fin, Dánao celebró unos juegos poniendo como recompensa a sus propias hijas y liberando a los ganadores de los regalos que debían hacer a su suegro. Así las Danaides se casaron con jóvenes del país, con los que engendraron a la raza de los dánaos. Según unas versiones del mito, Linceo hizo las paces con su suegro Dánao. Según otras, le dió muerte a él y a las cuarenta y nueve danaides asesinas, vengando a sus hermanos.

Tras su muerte, y rechazando la purificación ordenada por Zeus, los jueces del infierno encontraron a las Danaides culpables del asesinato de sus esposos. Fueron condenadas a llevar agua continuamente a un tonel sin fondo, por toda la eternidad.

[iii]. Tántalo, en la mitología griega, rey de Lidia e hijo de Zeus. Los dioses honraron aTántalo más que a ningún otro mortal. Él comió a su mesa en el Olimpo, y en una ocasión fueron a cenar en su palacio. Para probar su omnisciencia, Tántalo mató a su único hijo, Pélope, lo coció en un caldero y lo sirvió en el banquete. Los dioses, sin embargo, se dieron cuenta de la naturaleza del alimento y no lo probaron. Devolvieron la vida a Pélope y decidieron un castigo terrible para Tántalo. Lo colgaron para siempre de un árbol en el Tártaro y fue condenado a sufrir sed y hambre angustiosas. Bajo él había un estanque de agua pero, cuando se detenía a beber, el estanque quedaba fuera de su alcance. El árbol estaba cargado de peras, manzanas, higos, aceitunas maduras y granadas, pero cuando estaba cerca de las frutas el viento apartaba a las ramas.




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