El sueño de la razón produce monstruos

viernes, 29 de octubre de 2010

Schopenhauer, Buda y el sufrimiento humano



Afirma en El mundo como voluntad y representación que toda volición brota desde una necesidad, nace a partir de una carencia y, por tanto, tiene su origen en el sufrimiento, que cesa cuando se satisface aquel deseo (movimiento afectivo hacia algo que se apetece).

Sin embargo, por cada deseo satisfecho hay cuando menos otros diez que no lo son. Además los anhelos persisten largo tiempo y sus exigencias no tienen fin, y su satisfacción es tan breve como alambicada.Un deseo colmado cede su puesto a otro. Ningún objeto de la volición conseguido genera una satisfacción duradera e inamovible, estable.

El sujeto de la volición permanece incesantemente dando vueltas sobre la rueda de Ixión, e intenta llenar el tonel sin fondo de las Danaides o permanece eternamente sediento como Tántalo.

De esa esclavitud solo pueden liberarnos dos cosas, a parte de la muerte, a saber: a) el reposo momentáneo de la contemplación estética, y b) que la voluntad se niegue a sí misma, por paradójico que esto nos pueda parecer.

Hacia 1832, con cerca de cincuenta años, traza un paralelismo entre Buda y él mismo. Es entonces cuando evoca su adolescencia y describe cómo se vio conmovido por las calamidades de la vida, como le ocurrió a Buda en su juventud. Con diecisiete años descubre la enfermedad, la vejez, el dolor y la muerte. A partir de la existencia humana se proclama el destino del sufrimiento de los hombres y esto apunta a dos experiencias personales:

1º. la rememoración de los galeotes de Toulon, que realizaban trabajos forzados en galeras por condena penal. Los peores criminales están encadenados al banco de la galera; su suerte es más espantosa que una pena capital. Son tratados como bestias de cargas. Sólo la muerte puede liberarlos. Todos nosotros podemos compararnos con estos galeotes, afirma Schopenhauer, al ser todos esclavos del querer.

2º. El recuerdo de la muerte de su padre, en 1805, cuando contaba también con diecisiete años, que aunque le supuso una liberación pues le permitió dedicarse a la filosofía, la memoria del padre le oprimía por haberle prometido que no abandonaría el negocio familiar. Aquella muerte, probablemente por suicidio, le acarreará emociones encontradas y estarían en el trasfondo del paralelismo que traza con Buda cuando evoca su propio encuentro con los peores infortunios de la vida.

Schopenhauer, aunque no de ser un príncipe para hacerse mendigo, ni abandonó ningún palacio ni tuvo que despedirse de su mujer y su hijo, como cuenta la leyenda de Buda, si asumió la misión de descubrir cuál podría ser el significado de la existencia del dolor y cómo podía redimir del mismo a la humanidad.

Dicen que Schopenhauer compró una estatua de Buda muy antigua, hecha de bronce y proveniente del Tibet, porque creía firmemente que ambos compartían tesis tan básicas como fundamentales. De ahí que escribiera que la doctrina esotérica de Buda coincidía admirablemente con su sistema, si bien la doctrina exotérica era del todo mitológica y resultaba menos interesante que la suya. Schopenhauer se ve a sí mismo como una especie de Buda que significa para Occidente lo que aquél en Oriente. Piensa que su ética se revela “plenamente ortodoxo con la religión cósmica de Buda”.

No pretende impartir elementos de budismo, sino que descubre una especie de armonía preestablecida entre ambos planteamientos y así ve corroborada su propia intuición filosófica por tan respetable antepasado.

La reabsorción brahmánica en el espíritu originario y el nirvana budista se acoplan perfectamente con su teoría sobre una VOLUNTAD que decide auto-suprimirse al deshacer o alejar toda volición.

Considera el mito hindú sobre la metempsicosis o transmigración de las almas, tan admirado por Platón y Pitágoras, como un postulado práctico en términos kantianos. Esto nos enseña que somos hijos de nuestras obras y que nuestro actual destino está marcado o determinado por la conducta observada en una(s) existencia(s) precedente(s).

Las acciones más excelentes alcanzarían la suprema recompensa de no tener que volver a renacer nunca más. Y esto casa con la fórmula budista: “Tu debes alcanzar el nirvana, es decir, un estado en el que no se den estas cuatro cosas: nacimiento, vejez, enfermedad y muerte”.Nunca un mito, afirma Schopenhauer, se ha identificado tanto con una verdad filosófica como la defendida por él.

El ser humano es defendido por Schopenhauer como un animal metafhysicum, al ser el único que se caracteriza por tener una necesidad metafísica, propiciada por el asombro que le produce su propia existencia y muy particularmente el tener conciencia de su propia muerte siendo esta conciencia de muerte el genio inspirador que dirige a las musas de la filosofía.

Según Schopenhauer, el hombre cuenta con dos fuentes para satisfacer su insaciable sed de metafísica: a) los relatos míticos de las religiones y b) las verdades del genuino discurso filosófico. Para él, pues, hay dos tipos de metafísica, una que se sustenta sobre un credo y la otra, en una convicción. Mientras las religiones aciertan a calmar con sus alegorías la sed metafísica del vulgo, cierta filosofía puede colmar únicamente a la gente más cultivada (para la élite). Parece claro que Schopenhauer se apunta a esa supuesta élite.

Su metafísica se caracteriza sobre todo por ser absolutamente inseparable de la moral. Para él, metafísica y ética deben constituir “una sola cosa, cuya disociación es tan errónea como la de alma y cuerpo”.Ser virtuoso, noble o altruista es su metafísica en actos. Mientras que ser cruel o egoísta equivale a negarla mediante los hechos.

Para este gran observador de la naturaleza humana hay un dato inescrutable desde la percepción estrictamente psicológica y para el que da una explicación de índole metafísica: la compasión. Se trata de un proceso tan misterioso como cotidiano, ya que incluso el más egoísta se ha identificado alguna vez con el sufrimiento ajeno. La compasión, por tanto, es un hecho innegable de la conciencia humana y de ella brotan las acciones desinteresadas. La compasión es el único móvil no egoísta y auténticamente moral.Ese manantial tiene su origen en la conciencia de la unidad metafísica de esa voluntad cósmica que se manifiesta en los otros tal como lo hace cuando se manifiesta dentro de nosotros.

Su ética o metafísica moral la ve confirmada por la fórmula sanscrita tat-twam-asi, “eso eres tu”, la cual nos hace caer en la cuenta de que todo cuanto nos rodea es idéntico a nosotros. De ahí que entre los hindúes y los budistas la gran palabra tat-twam-asi se pronuncie siempre ante cualquier ser vivo para tener presente, como pauta del obrar, aquella identidad que une su esencia íntima con la nuestra.

Madrid, 29 de octubre de 2010
Viernes – Robinson
Bibliografía:

SCHOPENHAUER, Arthur, El mundo como voluntad y representación, [Título original: Die Welt als Wille und Vorstellung], Traducción, introducción y notas de Roberto Rodríguez Aramayo, Madrid, Alianza Editorial El libro de bolsillo, 2010, 2 vols.

SCHOPENHAUER, Arthur, Sobre la libertad de la voluntad, [TÍTULO ORIGINAL: Ueber die Freiheit des Willens (1836)], Traductor: Eugenio Ímaz, Edición de Ángel Gabilondo, Madrid, 4ª. reimpresión, Filosofía, Alianza Editorial, 2010.

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