Freud cambió el término inversión[1] por el de homosexualidad y se mostró beligerante con toda forma de diferenciación y discriminación rechazando separar a los homosexuales, como grupo específico, de los otros seres humanos. Poco después aportará una definición canónica de homosexualidad donde quedan rechazadas todas las tesis sexológicas sobre el estado intermedio, el tercer sexo o el alma femenina en un cuerpo de hombre. Según el Edipo y el inconsciente, la homosexualidad, como consecuencia de la bisexualidad humana, existe en estado latente en todos los heterosexuales. Cuando se convierte en una elección de objeto exclusiva, tiene por origen en la mujer una fijación infantil a la madre y una aversión hacia el padre; en el hombre, sobrevive después de la pubertad, si en la infancia se crea un vínculo intenso entre el hijo y la madre, ya que entonces en lugar de renunciar a la madre, el niño se identifica con ella, se transforma en ella y busca objetos capaces de reemplazar su yo, a los que pueda amar como habría sido amado por la madre.
En una carta fechada el 9 de abril de 1935, dirigida a una madre norteamericana con un hijo homosexual, escribe: La homosexualidad no es evidentemente una ventaja, pero no hay nada en ella de lo que uno deba avergonzarse; no es un vicio, ni un envilecimiento, y no se la podría calificar de enfermedad; nosotros la consideramos una variación de la función sexual. Muchos individuos sumamente respetables, de los tiempos antiguos y modernos, han sido homosexuales, y entre ellos encontramos algunos de los más grandes hombres (Platón, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, etc). Es una gran injusticia perseguir la homosexualidad como un crimen, y es también una crueldad [...]”. Añadía que era inútil pretender transformar un homosexual en heterosexual cuando la homosexualidad está plenamente instalada en su personalidad; el psicoanálisis jamás debería realizarse con el objeto de “curarle”, pues el homosexual no está enfermo. Solo algunas veces era posible despejar el camino hacia el otro sexo y era entonces cuando el paciente sometido al psicoanálisis se convertía en bisexual.
La teoría de una homosexualidad innata hizo que bastantes científicos y juristas condenaran las legislaciones represivas de Europa. La psiquiatría del siglo XX considera la homosexualidad como inversión sexual, una anomalía psíquica, un trastorno de la personalidad que podía desembocar en psicosis y, con frecuencia, en suicidio. Hasta que no llegan los trabajos de Michel Foucault[2] y John Boswel[3] y los movimientos de liberación sexual allá por los años 1970, no empieza a verse como una práctica sexual de pleno derecho constituyendo una componente de la sexualidad humana que deriva en variados comportamientos. Freud ya había señalado el camino al derivar la homosexualidad de la bisexualidad, siendo una elección inconsciente ligada a la renegación, a la castración y al Edipo. En 1974 la American Psychiatric Association (APA) elimina la homosexualidad de las enfermedades mentales por referéndum, lo que provocó un gran escándalo, no menor que cuando el Tribunal Supremo de Massachusett declara en sentencia que el matrimonio entre individuos del mismo sexo estaba reconocido en la Constitución del Estado o cuando el Consejo de Ministros de España aprueba (el 1 de octubre de 2004) el proyecto de ley que reconoce el derecho al matrimonio de las personas del mismo sexo que quieran contraerlo con el argumento de que la libertad de todos, no de la mayoría, es el objetivo último del Estado de derecho y, especialmente, el reconocimiento de los derechos fundamentales constitucionalmente vigentes.
El término perversión desaparece de la terminología psiquiátrica mundial en 1987 y fue sustituido por parafilia[4] (del griego παρά, para, "fuera de", y φιλία, filía, "amor") en donde se incluyen la paidofilia, el exhibicionismo, el voyeurismo, el masoquismo, el sadismo, travestismo, fetichismo, necrofilia y frotteurismo[5] (del fr. frotteur, ‘que siente placer sexual frotándose con gente’); queda excluido el término homosexualidad.
Freud no juzgó la homosexualidad[6]; trató de comprender sus causas, su génesis, sus estructuras desde el punto de vista del inconsciente. Por esto se mostró muy interesado en analizar la homosexualidad latente de los heterosexuales en la neurosis y en la paranoia. Conservó el término de perversión para designar los comportamientos sexuales desviados con relación a una norma estructural y no social, e incluye la homosexualidad como una perversión de objeto, caracterizada por una fijación de la sexualidad en una disposición bisexual. El estudio y análisis de la bisexualidad se ha basado en El banquete[7] de Platón, del mismo modo que los modernos estudios sobre transexualismo lo hacen sobre las leyendas del Hermafrodita y los amores de la diosa Cibeles, y más en concreto en el discurso de Aristófanes que desarrolla una fantástica concepción antropológica del amor:
La naturaleza humana era antes muy diferente de cómo es hoy día. Al principio hubo tres clases de hombres: los dos sexos que subsisten hoy día y un tercero compuesto de estos dos y que ha sido destruido y del cual sólo queda el nombre. Este animal formaba una especie muy particular que se llamaba Andrógino porque reunía el sexo masculino y femenino, pero ya no existe y su nombre es un oprobio. En segundo lugar, tenían todos los hombres la forma redonda, de manera que el pecho y la espalda eran como una esfera y las costillas circulares, cuatro brazos, cuatro piernas, dos cara fijas a un cuello orbicular y perfectamente parecidas; una sola cabeza reunía estas dos caras opuestas la una a la otra; cuatro orejas, dos órganos genitales y el resto de la misma proporción. Marchaban erguidos como nosotros y sin tener necesidad de volverse para tomar todos los caminos que querían [...]. La diferencia que se encuentra entre estas tres especies de hombres procede de la diferencia de sus principios; el sexo masculino está producido por el Sol, el femenino por la Tierra y el compuesto de los otros dos por la Luna, que participa de la Tierra y el Sol. Tenían estos principios su forma, que es esférica, y su manera de moverse. Sus cuerpos eran robustos y vigorosos y sus ánimos esforzados, lo que les inspiró la osadía de subir hasta el cielo y combatir contra los dioses, como Homero lo ha escrito en Efialtes y de Oto. Zeus examinó con los dioses el partido que se debería adoptar [...]. Por fin, después de largas reflexiones, y de tener en cuenta que si los hombres desaparecieran desaparecían también el culto y los sacrificios que aquéllos les tributaban, se expresó Zeus en estos términos: Creo haber encontrado un medio de conservar a los hombres y de tenerlos más reprimidos, y es disminuir sus fuerzas. Los separé en dos y así los debilitaré y al mismo tiempo tendremos la ventaja de aumentar el número de los que nos sirvan: andarán derechos sostenidos solamente por dos piernas, y si después de este castigo conservan su impía audacia y no quieren estar tranquilos, los separaré de nuevo y se verán obligados a andar sobre un solo pie, [...].
Después de esta declaración hizo el dios la separación que acababa de resolver , cortó a los hombres en dos mitades, lo mismo que hacen los hombres con la fruta cuando la quieren conservar en almíbar o cuando quieren salar los huevos cortándolos con una crin, partiéndolos en dos partes iguales [...]. Una vez hecha esta división, cada mitad trató de encontrar aquella de la que había sido separada y cuando se encontraban se abrazaban y unían con tal ardor en su deseo de volver a la primitiva unidad, que perecían de hambre y de inanición en aquel abrazo, no queriendo hacer nada la una sin la otra. Cuando una de estas mitades perecía, la que la sobrevivía buscaba otra a la que de nuevo se unía, fuera ésta la mitad de una mujer entera, lo que hoy llamamos una mujer, o un hombre, y así iba extinguiéndose la raza. Movido Zeus a compasión, imagina un nuevo expediente: pone delante los órganos de la generación, que antes estaban detrás: se concebía y vertía la semilla, no el uno en el otro, sino sobre la tierra como las cigarras. Zeus puso delante aquellos órganos y de esta manera se verificó la concepción por la conjunción del varón con la hembra. Entonces si la unión se verificaba entre el hombre y la mujer, eran los hijos el fruto de ella, pero si el varón se unía al varón, la saciedad les separaba muy pronto y volvían a sus trabajos y otros cuidados de la vida. De ahí procede el amor que naturalmente sentimos los unos por los otros, que nos vuelve a nuestra primitiva naturaleza y hace todo para reunir las dos mitades y restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es por tanto más que una mitad de hombre que ha sido separado de un todo de la misma manera que se parte en dos un lenguado. Estas dos mitades se buscan siempre. Los hombres que proceden de la separación de aquellos seres compuestos que se llaman andróginos aman a las mujeres, y la mayor parte de los adúlteros pertenecen a esta especie, de la que también forman parte las mujeres que aman a los hombres y violan las leyes del himeneo. Pero las mujeres que provienen de la separación de las mujeres primitivas no prestan gran atención a los hombres y más bien se interesan por las mujeres [...]. Los hombres procedentes de la separación de los hombres primitivos buscan de igual manera el sexo masculino. Mientras son jóvenes aman a los hombres, disfrutan durmiendo con ellos y en estar entre sus brazos y son los primeros entre los adolescentes y los adultos, como si fueran de una naturaleza mucho más viril [...] y la prueba es que con la edad se muestran más aptos para el servicio del Estado. Cuando llegan a la edad viril, aman a su vez a los adolescentes y jóvenes, y si se casan y tienen hijos, no es por seguir los impulsos de su naturaleza, sino porque la ley los constriñe a ello. Lo que ellos quieren es pasar la vida en el celibato juntos los unos y los otros. El único objetivo de estos hombres, sean amantes o amados, es reunirse con sus semejantes. Cuando uno de estos ama a los jóvenes o en otro llega a encontrar su mitad, la simpatía, la amistad y el amor se apoderan del uno y del otro de tal manera, de tan maravillosa manera, que ya no quieren separarse, aunque sólo sea un momento.
(Platón, El banqueteo del amor, Madrid: Colección Austral, 2001, págs. 240-242)
Este enfoque basado en la bisexualidad eliminaba el carácter peyorativo y antiigualitario de la homosexualidad; él como nadie hizo entrar la homosexualidad en el universo de la sexualidad humana y la humaniza y se niega a considerarla como una disposición innata (biológica), para entenderla como una elección psíquica inconsciente[8].
Ni el padre del psicoanálisis ni ninguno de sus seguidores elaboraron un concepto específico de homosexualidad para sus análisis, basados en la asociación libre. El término fue creado por el médico húngaro Karoly Maria Benker, (del gr. homo- y sexual), y con el quiso designar todas las formas de amor carnal entre individuos del mismo sexo biológico; poco a poco la palabra se fue extendiendo por todos los países occidentales y fue sustituyendo los nombres de uranismo (del gr. Ούραυός, a través del lat. Uranus, Urano[9], castrado por su hijo Cronos, y por Urania, la musa de la astronomía), inversión, sodomía (de Sodoma, antigua ciudad de Palestina donde se practicaba el ayuntamiento carnal entre varones), hermafroditismo (del fr. Hermafrodite, que tiene los dos sexos), psicosexual (psicosis sexual o trastorno psicótico sexual), pederastia (del gr. Παιδεραστία, en sus dos acepciones: abuso deshonesto cometido contra los niños y concúbito entre personas del mismo sexo), unisexualismo (del lat. unus, uno solo, y sexus, sexo), homofilia, safismo (del lat. sapphicus, y este del gr.Σαπφικός, de Σαπφώ, Safo, poetisa griega), lesbianismo(de Lesbos, antiguo nombre de la isla griega de Mitilene en el mar Egeo, donde, según Anacreonte, Safo enseñaba su arte a un grupo de mujeres jóvenes por las que sentía amor sexual), etc.
Esta tendencia sexual la hicieron derivar de la bisexualidad propia de la naturaleza humana y animal, tal y como la entendieron, y que en su origen se relacionó con las perversiones sexuales, y luego con el concepto de perversión frente a la psicosis y la neurosis[10]. Con el psicoanálisis freudiano y su estudio de la sexualidad humana, la homosexualidad dejó de sentirse como una tara o una degeneración, propia de una especie de raza maldita, condenada con furia hasta entonces por los psiquiatras más destacados del siglo XIX. El odio, de finales del XIX, a Oscar Wilde o Marcel Prust por ser homosexuales, solo era comparable al odio irracional del antisemitismo hacia el judío por el simple hecho de serlo. Aquella aversión social hacia homosexuales y judíos a menudo se transforma en autoodio, es decir, odio a la parte “femenina” de su propia personalidad, sentimiento certeramente descrito por Proust en la personalidad de su ente de ficción Charus, de su novela En busca del tiempo perdido, y odio por pertenecer a esa raza, como les sucedió a muchos intelectuales vieneses de finales del XIX. Freud tuvo siempre presente la influencia de la tradición judeocristiana en las persecuciones a los homosexuales, a los que se les acusa de transgredir las leyes sagradas de la familia y entregarse a prácticas sexuales demoníacas, desviadas, bárbaras y prohibidas por Dios en la Biblia, por la Iglesia y por las leyes del hombre. Freud, entusiasta de la cultura griega y sensible a la tolerancia que la Antigüedad clásica profesó al amor a los efebos, silencia el incidente homosexual de Layo en el mito de Edipo[11]. La anécdota que se narra es más o menos así:
Lábdaco había heredado el trono de Cadmo, pero su descendencia pronto perdería el favor divino. A su muerte, al ser su hijo Layo demasiado joven, el reinado recayó en un héroe descendiente también de Cadmo, quien fue asesinado por Zeto y Anfión, apoderándose así del poder. Layo huyó entonces hasta las tierras de Pélope. Allí se enamoró del joven Crisipo, hijo de Pélope[12]. Dominado por la pasión, lo raptó y se unió a él, con lo que atrajo sobre sí y sobre las generaciones futuras la maldición de Pélope. Cuando los usurpadores desaparecieron a su vez, Layo fue llamado por los tebanos a ocupar el trono. Pero en adelante todos los intentos de evitar que el oráculo se cumpla resultarán inútiles. Layo, acudió al oráculo de Delfos a consultar a la pitonisa sobre su destino. La divinidad le aconsejó entonces que evitara tener hijos, pues si llegaba a tener alguno, éste le mataría a él, su padre, y se casaría con su esposa, y madre del hijo. Pero Layo y su esposa Yocasta engendraron un niño, pero tan pronto como nació, lo entregaron a un criado para que lo abandonase a las fieras en el monte Citerón, después de haberle taladrado un pie con un clavo[13]Sin embargo el criado se apiadó del pequeño y se lo entregó a un pastor que andaba por allí para que se lo llevase lejos. Éste así lo hizo y llevó al niño a tierras de Corinto, su propio país, donde lo entregó a los reyes Pólibo y Mérope, que, como no tenían descendencia, lo acogieron como hijo propio. Creció Edipo como un príncipe de noble estirpe, hasta que ya adolescente, tras oír rumores, fue a consultar el oráculo de Apolo, quien le comunicó que mataría a su padre y se casaría con su madre. El joven Edipo, aterrorizado, decidió no regresar a Corinto. En la encrucijada de la montaña, al salir de Delfos, se topó con un coche de caballos; al no querer ceder el paso, se produjo un altercado en el que perdieron la vida todos menos uno. El dueño del carro resultó ser Layo, el rey de Tebas. Precisamente a Tebas se dirigió luego Edipo. La ciudad estaba aterrorizada por un terrible monstruo que la asolaba, la esfinge. Las adivinanzas de la Esfinge eran dos:”¿Quién es el ser que al amanecer camina a cuatro patas, a mediodía sobre dos y al anochecer sobre tres?”.Edipo da la respuesta correcta “El hombre, que en su infancia gatea, en su juventud camina erguido y en su senectud se apoya en un bastón”. La Esfinge plantea la segunda “¿Cuáles son las hermanas que se engendran mutuamente?”. Edipo vuelve a acertar “El día y la noche”[14].
La Esfinge se dio muerte y Tebas otorgó a Edipo la corona de la ciudad, casándose con Yocasta[15], la viuda de Layo, su verdadera madre, con la que tiene cuatro hijos. Finalmente Edipo descubre que Layo era su verdadero padre, y al saber Yocasta que Edipo era en realidad su hijo, se ahorca. Al ver esto, Edipo se saca los ojos y abandona el trono de Tebas.
Se trata de una complicada y enrevesada historia que el público debía conocer sobradamente. Pero Sófocles debió manejar la leyenda tradicional según sus intenciones literarias e introdujo en el mito aspectos hasta entonces desconocidos[16].
La tragedia inspiró a S. Freud su teoría del complejo de Edipo[17] o conjunto de emociones, actitudes y conductas que reflejan en el sujeto la atracción hacia el progenitor del sexo opuesto y la rivalidad, odio y celos hacia aquel del mismo sexo. Se trata de un sentimiento conflictivo en la experiencia de los seres humanos, y cuya resolución tiene las siguientes consecuencias: la identificación con el padre del mismo sexo, la búsqueda de un objeto sexual del sexo opuesto y ajeno a los progenitores y la instauración de la instancia del superyó en el psiquismo. El complejo de Edipo aparece en el niño muy temprano, al mismo tiempo que éste empieza a modificarlo y a construir su superyó.
Pero antes de proseguir, nos detendremos a analizar sucintamente que entendió Freud y sus seguidos por bisexualidad de la que hacen derivar la homosexualidad. Tras la publicación de Tres ensayos de teoría sexual (1905), basándose en el darwinismo y la embriología, Freud defiende el monismo sexual y da a la libido humana un componente “masculino” invariable, esencial. Jamás Freud pretendió describir la diferencia de los sexos desde el punto de vista anatómico, ni siquiera trató de definir la condición femenina en la sociedad moderna. Partiendo de la libido única, llegó a defender que la niña, en el estadio infantil, desconoce la vagina y ve en su clítoris un homólogo del pene, por lo que tendrá la sensación de poseer un falo pequeño; a ese sentimiento Freud lo denominará complejo de castración, algo muy distinto a como lo vive el niño, pues cuando el varón observa que la niña carece de pene, aquel lo siente como una amenaza de su propia castración. Según Freud, la sexualidad de la niña se materializa en torno al falocismo (falocentrismo[18]) porque ella quiere ser un varón. El complejo de Edipo va unido a la fase fálica de la sexualidad infantil. Aparece en el varón hacia los dos o tres años, cuando comienza a experimentar sensaciones voluptuosas: enamorado de la madre, quiere poseerla, sintiéndose rival del padre, al que admira. También adopta la posición contraria: siente ternura por el padre y hostilidad hacia la madre. De este modo, en el niño aparecen simultáneamente el Edipo y el Edipo invertido; estas dos inclinaciones (positiva y negativa) respecto de cada progenitor son complementarias y constituyen el Edipo completo que Freud describe en El yo y el ello. El complejo de Edipo desaparece con el complejo de castración: el varón ve en el padre un obstáculo para realizar sus deseos, y es entonces cuando abandona a la madre como objeto al que dirige su energía pulsional (fin del complejo de Edipo), se identifica con el padre y esto le permite elegir un objeto distinto al de la madre, aunque del mismo sexo que ella.
Como hemos podido ver, al complejo de Edipo, Freud añade la tesis de una libido única, de esencia masculina. En el niño, la angustia de la castración le hace salir del Edipo; en cambio, la niña entra en el Edipo por el sentimiento de castración y la ausencia de pene, complejo que se manifiesta en el deseo de tener un hijo del padre. La niña termina cambiando un objeto del mismo sexo (la madre) por otro de sexo diferente (el padre). De este modo surge una estructura asimétrica, la configurada por los dos sexos; tanto la organización edípica masculina como femenina partirán del cariño a la madre.
El monismo sexual defendido por Freud nos lleva a pensar que en el inconsciente y en las representaciones inconsciente del sujeto (hombre o mujer) la diferencia sexual no existe; ningún sujeto posee pureza masculina o femenina, de lo que se puede deducir que la bisexualidad afecta a los dos sexos. De esa bisexualidad primigenia derivará no sólo la atracción de un sexo por el otro, una vez superado el complejo de Edipo, sino también la homosexualidad femenina (cuando la niña se agarra a la madre al escoger un objeto pulsional, del mismo sexo) o la homosexualidad masculina (cuando el varón elige a un objeto del mismo sexo al negar la castración materna). Esta tesis de Freud fue respaldada por mujeres analistas de la escuela vienesa, pero a partir de 1924 Melanie Klein revisó totalmente la doctrina edípica y negó la existencia de una libido única al tiempo que afirmaba un dualismo sexual.
Se ha recordado que en la interpretación sexual de este mito por parte de Freud influyeron especialmente las palabras que le dirige Yocasta a Edipo sobre el asunto de acostarse en sueños con la madre. Pero este tema se describe antes que en Sófocles, en las Historias de Herodoto, 6, 107, y después en Platón, República 9, 571 c, y en Pausanias, 4, 26, 3. En todos estos pasajes se habla de los deseos que se despiertan cuando la parte racional duerme en los sueños. También con este tema de fondo, se ha comentado que el complejo de Edipo de Freud, tal y como Freud lo entiende, explicaría la emoción y el sobrecogimiento que sentimos en esta obra: se trataría de una reacción psíquica que se produce porque uno se ve reflejado en el personaje mítico con esta tendencia general infantil de tener como primer objeto de nuestro impulso sexual a la madre, y del odio a nuestro padre. Sin embargo, casi todos los críticos coinciden en señalar que el núcleo de la historia que describe la mitología no se adapta al significado que le da Freud. El principal motivo que citan es que en la leyenda clásica no hay ninguna alusión consciente o inconsciente al deseo del héroe hacia su madre. Como en los otros casos, Edipo desconoce la verdadera naturaleza de las cosas: su responsabilidad es sólo de hecho.
Sin ser un activista de la causa de los homosexuales, Freud influido por las grandes preguntas del darwinismo y de la sexología que como doctrina progresista de comportamiento sexual, lo mismo que la criminología, creó sus propios tecnicismos léxicos, al tratar de definir científicamente las prácticas sexuales llamadas patológicas (unas veces clasificadas como enfermedades hereditarias y otras, como crímenes o delitos –y no pecados-, para poder juzgarlas con las leyes).
La homosexualidad será una de las figuras de la sexualidad cuando deja de identificarse con la sodomía; pasó a ser una especie de androginia interior, un hermafroditismo del alma (Michel Foucault, 1926-1984). El sodomita era un relapso, un individuo que reincide en su pecado; en cambio, el homosexual era una especie; así es como aparecen los términos de homosexualidad y heterosexualidad que se generalizaron en el siglo pasado.
Los que recibieron el legado de Freud no aceptaron sus aportaciones ni las de Ferenczi y se mostraron intolerantes radicales contra la homosexualidad hasta el punto de convertirse en la mayor controversia de la historia del psicoanálisis, sobre todo los berlineses que defendieron una posición de discriminación total al excluir a los homosexuales de la profesión de los psicoanalistas, dado que el análisis no los podía “curar” de su “inversión”. Tal fue la presión que muchos vieneses, incluidos Ferenczi y Freud, tuvieron que suavizar sus posiciones y se volvió a calificar a los homosexuales de perversos sexuales e incurables. Tuvo que ser Anna Freud la que defendió entre los psicoanalistas la entrada de los homosexuales en el psicoanálisis; fue respalda por las sociedades norteamericanas de la IPA. Jacques Lacan fue el primer psicoanalista que abandona, en la segunda mitad del siglo, la persecución de los homosexuales al aceptar en el análisis a muchos homosexuales sin pretender reeducarlos, sin presionarlos para que fueran buenos padres de familia, sin tratarlos de desviados o enfermos y sin impedirles que se hicieran psicoanalistas; en 1964 Lacan funda la École Freudienne de Paris (EFP) y desde allí el lacanismo luchó con éxito para volver a la tolerancia freudiana respecto a la homosexualidad. A partir de 1975, en los EE.UU., las tesis psicoanalistas sobre la homosexualidad masculina y femenina fueron fuertemente cuestionadas por los movimientos de liberación de los homosexuales que luchaban por la igualdad de derechos, al tiempo que investigaban sobre este aspecto de la personalidad del ser humano tratando de demostrar que la sexualidad, en general, es una construcción psíquica o ideológica que excede con mucho a la realidad anatómica de los hombres.
Viernes-Robinson
Madrid, 29 de enero de 2006
[1] . En Tres ensayos de teoría sexual (1905) mantenía aún el término inversión, pero poco después en su obra Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910) lo rechaza y lo sustituye por homosexualidad.
[2] . Michel Foucault (1926-1984), filósofo francés que intentó mostrar que las ideas básicas que la gente considera verdades permanentes sobre la naturaleza humana y la sociedad cambian a lo largo de la historia. Sus estudios pusieron en tela de juicio la influencia del filósofo político alemán Karl Marx y del psicoanalista austriaco Sigmund Freud. Foucault aportó nuevos conceptos que desafiaron las convicciones de la gente sobre la cárcel, la policía, la seguridad, el cuidado de los enfermos mentales, los derechos de los homosexuales y el bienestar.
Los últimos tres libros de Foucault —Historia de la sexualidad, Volumen I: Introducción (1976), El uso del placer (1984) y La preocupación de sí mismo (1984)— son parte de una truncada historia de la sexualidad. En estos libros, Foucault rastrea las etapas por las que la gente ha llegado a comprenderse a sí misma en las sociedades occidentales como seres sexuales, y relaciona el concepto sexual que cada uno tiene de sí mismo con la vida moral y ética del individuo. (Encarta 2006).
[3] . Boswell, John es autor de Las bodas de la semejanza y Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Cuando la Universidad de Chicago publicó en Norteamérica en el año 1980 Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, hubo una conmoción pública. Un profesor universitario, historiador prestigioso, católico y homosexual, John Boswell, había pasado varios años estudiando documentos de la Antigüedad y de la Edad Media en relación con la homosexualidad, con el objetivo de encontrar el comienzo y las causas de la homofobia eclesial. Pero descubrió mucho más de lo que esperaba, porque los resultados de su investigación fueron espectaculares: la homofobia de las iglesias cristianas no remonta a los orígenes del Cristianismo, sino que empezó a partir del siglo XII, en relación con las graves crisis del final de la Baja Edad Media: al mismo tiempo que se extendían por Europa la peste, la despoblación de las ciudades, el abandono de los cultivos, la miseria y el hambre, una ola creciente de intransigencia inundaba a las masas europeas; todas las minorías pagaron con sufrimientos incontables: judíos, "herejes", infieles... y homosexuales. (Rafael V.S. Rivera, www.cristianshomosexual.org).
[4] . Una parafilia es una conducta sexual en el que la fuente predominante de placer no se da en el coito sino en alguna otra actividad. Las parafilias se consideran inocuas excepto cuando se dirigen a un objeto potencialmente peligroso, dañino para el sujeto o para otros, o cuando impiden el funcionamiento sexual normal. El estado legal de las parafilias varía ampliamente de cultura en cultura y de país en país.
El comportamiento parafílico dependen de las convenciones sociales del momento y de las culturas; ciertas prácticas, como la homosexualidad o la masturbación fueron consideradas parafílicas, aunque ahora se consideran variaciones normales y aceptables de la actividad sexual. Así resulta imposible catalogar las parafilias con exactitud. En cuanto su origen, no se ha podido demostrar la existencia de ninguna alteración orgánica o psicológica que las explique. Se ha sugerido que estas personas podrían tener unos niveles excesivamente altos de andrógenos y también se ha especulado sobre una posible relación entre conducta parafílica y lesión del lóbulo temporal. Las distintas escuelas psicoanalíticas, por su parte, defienden que algunas de las parafilias serían una consecuencia del complejo de castración en la fase edípica
La psicodinámica de las parafilias tiene su origen en 1905 con TREE ESSAYS ON THE THEORY OF SEXUALITY de Freud; allí especulaba que la energía sexual o libido está presente desde el nacimiento en forma desorganizada. La libido se caracteriza por la satisfacción de las fuentes auto erógenas no genitales: el mamar, comer, defecar, embarrarse y posteriormente mirar y exhibirse. Cada uno de estos actos constituye un "instinto parcial", los cuales se van integrando en forma gradual hasta llegar al dominio genital en el adulto.
Los instintos parciales según Freud no desaparecen del todo y muchos de ellos permanecen bajo las formas del beso, juego amatorio y el exhibicionismo, a menudo empleado como juego presexual. Si estos instintos parciales tienen fijaciones en la etapa pregenital (o regresiones), permanecerán como fuente dominante de gozo sexual en el adulto. Las tendencias para las parafilias existen en cada persona en forma latente y las causas por medio de las cuales se transforman en actos francos son dudosas. Las causas más comunes son la ansiedad de castración, conflictos de Edipo y otras anomalías del medio familiar durante la niñez. La mayoría de las parafilias son llevadas a cabo por varones, no quedando exentas las mujeres pero en mucho menor número; también se dice que hasta el 78 % de los casos hay alteraciones neuropsiquátricas en diferentes grados.
[5] . La sintomatología de este trastorno consiste en fuertes necesidades sexuales recurrentes y en fantasías sexuales excitantes, que implican el contacto y el roce con una persona que no consiente; hay que tener en cuenta que lo excitante es el contacto pero no necesariamente la naturaleza coercitiva del acto.
[6]. Sandor Ferenczi, en 1906, antes de conocer a Freud, fue un defensor de los homosexuales perseguidos en Hungría. Desautorizó a aquellos médicos que aconsejaban el matrimonio como remedio a su supuesto problema.
[7]. Un banquete constaba de dos partes, el deipnon o syndeipnon, la comida, y el potos o sympotos,la bebida en común posterior. Durante el sympotos, los comensales animados por el vino pronunciaban discursos, cantaban o se divertían de acuerdo con las normas que establecía el symposiarchos o presidente del banquete, quien además ordenaba la mezcla de vino y de agua para la bebida. Antes del comenzar el sympotos, se retiraban las mesas, se limpiaba la sala, hacíase una libación de vino puro en honor de Dionisio o Zeus, y se entonaba un peán en honor a Apolo. Era frecuente que los symposia terminaran en orgía, aunque en ocasiones, como la que nos describe Platón, era motivo de encuentro entre amigos para poder exhibir el más refinado ingenio al tratar temas de alto contenido filosófico.
El Banquete es un diálogo donde se exponen los discursos sobre al Amor (Eros) que se pronunciaron en casa del poeta Agatón, con ocasión de su primer triunfo trágico en las Panateneas de Atenas. El momento en que se sitúa la escena de la conversación inicial entre Apolodoro y sus amigos corresponde al 416 a.C. en un período de entusiasmo organizador de la desastrosa campaña contra Siracusa (Sicilia) y la máxima popularidad de Alcibíades a quien se verá irrumpir estruendosamente al final del diálogo. El elogiar por turno al Amor lo propone el médico Erixímaco que parece ejercer las funciones de symposiarchos, aunque el verdadero inspirador del tema es Fedro que considera un gran olvido que hasta entonces, ningún poeta ni sofista hubiera compuesto algo en honor de un dios tan grande, si se exceptúan los grandes poetas eróticos griegos (Safo, Anacreonte) o en los trágicos ( Sófocles -Antígona, Edipo- y Eurípides –Hipólito-) si bien ninguno de ellos había tenido en cuenta los aspectos apacibles del Amor, sino los destructivos de la pasión.
La estructura literaria que le asigna Platón es la siguiente: La primera parte está compuesta por los discursos de Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Agatón; la segunda parte contiene el discurso de Sócrates dividido a su vez en dos apartados a) el maestro rebate y corrige algunas opiniones vertidas anteriormente mediante su lógica de acertadas preguntas, y b) basándose en una supuesta conversación con Diotima de Mantinea, sienta las bases del Amor platónico. La parte final es un panegírico a favor de Sócrates realizado por Alcibíades en el que se puede analizar el carácter y forma del filósofo.
[8] . En psicoanálisis, el inconsciente es un lugar desconocido para la conciencia: “otra escena”.
En la primera concepción tópica, denominada primera tópica freudiana (1900-1920), Freud distinguió el inconsciente, el preconsciente y el consciente. En la segunda concepción, o segunda tópica (1920-1939), hizo intervenir tres instancias o lugares: el ello, el yo y el superyó.
El INCONSCIENTE (Ics) constituye una instancia o un sistema de contenidos reprimidos que se sustraen a las otras instancias: el preconsciente y el consciente (Pcs – Cs). En la segunda tópica no es ya una instancia, sino una característica del ello y, en gran medida, del yo y el superyó.
Freud no descubrió el inconsciente ni la palabra para definirlo, pero lo convirtió en un concepto principalmente de su doctrina dotándolo de un significado muy diferente. Inconsciente ya no es una “supraconciencia” o un “subconsciente”, situado más allá o más acá del consciente; lo convierte en una instancia a la cual la conciencia no tiene acceso, pero que se le revela en los sueños, los lapsus, los juegos de palabras, los actos fallidos, etc.
El PRECONSCIENTE, para Freud, designa una de las tres instancias de su primera tópica. Como adjetivo, califica los contenidos de esa instancia o sistema que, aunque no están presentes en la conciencia, son accesibles para ella, a diferencia de los contenidos del sistema inconsciente.
El CONSCIENTE: como sustantivo, indica la localización de ciertos procesos constitutivos del funcionamiento del aparato psíquico. Y como adjetivo, califica un estado psíquico.
En la segunda tópica freudiana
ELLO: designa una de las tres instancias de la personalidad, junto al yo y el superyó. El ello es concebido como un conjunto de contenidos de naturaleza pulsional y de tipo inconsciente. Freud introdujo por primera vez esta palabra en su ensayo El yo y el ello, insistiendo en lo bien fundado de la acepción que hizo su introductor del término: una vivencia pasiva del individuo confrontado con fuerzas desconocidas e imposibles de dominar.
A partir de 1915, Freud llega a la conclusión de que grandes partes del yo y el superyó son insconscientes. Por eso introduce el ello para designar el insconsciente, considerado como un receptáculo pulsional desordenado, semejante a un verdadero caos, lugar de “pasiones indómitas” que, sin la intervención del yo, sería un juguete de sus deseos pulsionales. Convierte al ELLO en sede de la pulsión de la vida y de la pulsión de la muerte.
SUPERYÓ: según Freud, designa una de las tres instancias de la segunda tópica, junto al yo y el ello. Hunde sus raíces en el ello y, de un modo despiadado, actúa como juez y censor del yo.
En su texto de 1924 sobre la economía del masoquismo, Freud declara: “El imperativo categórico de Kant es [...] el heredero directo del complejo de Edipo”.
Al descubrir Freud una parte inconsciente del yo, distinta del yo consciente, considera que su objeto es observar y juzgar al yo consciente. Así el superyó lo llenó de una instancia de vigilancia y juicio del yo inconsciente, albergando también la autoridad parental que dirige la infancia en la que se alternan las pruebas de amor y los castigos (generadores de angustia); cuando el niño renuncia a a satisfacción edípica, interioriza también la prohibiciones externas y el superyó reemplaza o sustituye a la instancia parental por medio de una identificación*
*Identificación: en psicoanálisis, designa el proceso por el que el sujeto se constituye y se transforma al apropiarse de aspectos, atributos o rasgos de los seres humanos de su entorno.
La severidad y el carácter represivo del superyó son producto de la precoz dirección de las pulsiones sexuales y agresivas, por un superyó al servicio de las exigencias de la cultura. La transmisión de los valores y las tradiciones se perpetúan por medio de los superyoes, de generación en generación, y esos tienen una gran importancia en las funciones educativas.
[9]. Urano, en la mitología griega, dios de los cielos y casado con Gaya, la diosa de la tierra. Urano era el padre de los titanes, los cíclopes y de los gigantes de cien manos. Los titanes, guiados por su soberano, Cronos, destronaron y mutilaron a Urano, y de la sangre que cayó sobre la tierra surgieron las tres Erinias o Furias, quienes vengan los crímenes de parricidio y perjurio. Aunque Urano debe de haber sido venerado como dios por los primeros habitantes de Grecia, nunca fue objeto de culto entre los griegos del periodo histórico.
El jurista de Hannover Carl Heinrich Ulrich (1826-1895) publicó, bajo el seudónimo de Numa Numantius, una serie de obras con las que populariza el término uranismo y defiende que la inversión sexual es una anomalía hereditaria, próxima a la bisexualidad, que producía un alma de mujer en un cuerpo de hombre.
[10]. El término neurosis fue propuesto en 1769 por el médico escocés William Culler para designar las enfermedades nerviosas que entrañan un trastorno de la personalidad. Freud lo usa como un tecnicismo a partir de 1893; lo aplica a las enfermedades nerviosas cuyos síntomas simbolizan un conflicto psíquico reprimido de origen infantil. Con el psicoanálisis, el término ocupa su lugar en la estructura tripartita: psicosis, perversión y neurosis.
La neurosis obsesiva o de coacción, a veces, aparece relacionada con una regresión de la vida sexual a un estado anal y su consecuencia es un sentimiento de odio propio de la constitución misma del sujeto humano. Para Freud era el odio y no el amor el que estructuraba el conjunto de relaciones entre los hombres, obligándoles a defenderse contra él mediante la elaboración de una moral.
Más tarde, en 1926, Freud revisa esta teoría a la luz de la segunda tópica y de la noción de pulsión de muerte. El desencadenante de la neurosis obsesiva sería entonces el miedo del yo a ser castigado por el superyó; mientras el superyó actúa sobre el yo como un juez severo y rígido; el yo se ve obligado a resistir las pulsiones destructivas del ello, desarrollando formaciones reactivas que toman la forma de escrúpulos, limpieza, sentimientos piadosos y de culpa. De este modo el sujeto se hunde en un verdadero infierno del que nunca logra liberarse. Freud se pintó a sí mismo como obsesivo y a Jung como histérico. El Edipo es un caso de neurosis obsesiva en sí mismo.
En 1870, el término fobia designa una neurosis cuyo sistema central es el terror continuo e inmotivado del sujeto ante un ser vivo, un objeto o una situación que en sí mismo no presenta ningún peligro. En psicoanálisis, la fobia es un síntoma y no una neurosis, por eso se le llama histeria de angustia y no neurosis fóbica, que para Freud es una neurosis de tipo histérico que convierte una angustia en un terror inmotivado ante un objeto, un ser vivo o una situación que en sí misma no presenta ningún peligro real,
[11]. La historia de Edipo está dentro de un conjunto de leyendas más extenso; por eso, su dramatización no encuentra significación plena si no es en un contexto mucho más amplio: el del triste sino trágico que, a través de varias generaciones, persigue a la familia real de Tebas, a la dinastía de los Labdácidas. Edipo es hijo de Layo y de Yocasta y, por tanto, nieto de Lábdaco. Su ascendencia se remonta hasta el propio Cadmo, el héroe que, tras consultar el oráculo de Delfos y recibir la ayuda del dios Apolo en la búsqueda de su hermana Europa, raptada por Zeus, fundó en la Fócide la ciudad de Tebas
[12] . Para muchos exegetas esta es la razón del nombre de Layo, que en griego significa el torcido o cojo, pues pasaría por ser el introductor mitológico de la homosexualidad.
[13] . De ahí le viene el nombre, pues en griego Edipo significa pie hinchado, por la marca que le dejó aquella antigua herida.
[14] . Estas dos palabras son femeninas en griego.
[15] . Que en griego significa la que sobresale por su hijo.
[16] . Esos aspectos novedoso pudieran ser los siguientes: a) se alcanza el punto culminante cuando Edipo, siendo ya rey de Tebas, está a punto de descubrir todo su triste pasado: el parricidio y el matrimonio con su madre; b) hace que Edipo se castigue a sí mismo, y que Yocasta se suicide al descubrir el incesto, y c) cuenta la historia como una investigación personal del personaje sobre su pasado.
[17]. Sigmund Freud emplea la expresión complejo de Edipo en sus estudios, apropiándose del nombre del personaje central del drama. Muchos críticos se han preguntado si esta expresión freudiana es o no adecuada al núcleo del mito.
Freud atribuirá la expresión complejo de Edipo a toda una construcción psíquica cuya nota más relevante es la sexualidad del niño o de la niña en una fase concreta de su crecimiento, al proyectar aquellos sus deseos sexuales, pulsiones, sobre la madre y el padre, como tendremos ocasión de leer más adelante. En sus trabajos, Freud citará expresamente el mito griego y, en concreto, el drama de Edipo Rey para ilustrar sus tesis de que los deseos incestuosos constituyen una antigua herencia de los hombres y de que el mito que estamos comentando debió significar algo parecido para la cultura griega.
[18] . Termino creado en 1927 por Freud, está basado en la tradición grecolatina en la que las distintas representaciones del órgano masculino están organizadas como un sistema simbólico. En el psicoanálisis, remite a la sexualidad femenina y la diferenciación de sexos. En su teoría monista, falocentrismo significa que en el inconsciente sólo existiría un tipo de libido, de esencia masculina.
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