Sebastián de Covarrubias[1] Horozco anota: “En rigor no es otro que la voluntad de Dios, y lo que está determinado en su voluntad, latine fatum”. Conocida la apropiación e integración cristiana de fatum, lo que define aquí a fatum lo podemos deducir de otras definiciones posteriores, en las que sigue apareciendo la connotación cristiana, no en las que no se ha eliminado lo fundamental, la denotación de la cosmovisión greco-latina.
Por ejemplo, en el Diccionario de Autoridades nos topamos con estas dos acepciones: 1. “Orden inevitable de las cosas; pero considerado bien, no es otra que la voluntad de Dios y lo que está determinado sucederá a cada uno”. 2. “Orden de las causas naturales que son regidas por Dios Nuestro Señor”.
Y en el Diccionario de la Real Academia, podemos leer entre otras, las siguientes: 1. “Divinidad o fuerza desconocida que, según los gentiles, obraban irresistiblemente sobre las demás divinidades y sobre los hombres y sucesos”. 2. “Encadenamiento fatal de los sucesos…”. 3. “Serie y orden de causas tan encadenadas unas a otras, que necesariamente producen su efecto”.
Lo que interesa destacar de esta constante concepción de fatum es “orden inevitable” y “encadenamiento fatal”; esta doble connotación constante en el concepto de fatum o hado está presente en la acción dramática de todas las tragedias caderonianas. El Hado, pues, es el elemento más importante de composición del Calderón trágico y es parte de una poética del cosmos al servicio de la imaginación del dramaturgo. El Hado, como elemento estructurante de la acción, produce dos efectos casi automáticos: a) circularidad de la acción: se parte del punto A, anunciado en el horóscopo, la profecía o el sueño, para volver a ese mismo punto A, a pesar de los esfuerzos para superarlo, desviarlo o anularlo; y b) como todo augurio literario, produce también el efecto estético de concentrar la acción en un punto del futuro, con un fuerte incremento del suspense. Mediante la explicitación del Hado, la dirección del destino y, por tanto, de la acción, es dada o sugerida de antemano, creando así la expectación de cómo aquél se cumplirá.
Otra consecuencia de la presencia del Hado es producir el carácter bipolar de la acción dramática. El conflicto se estructura por la relación de oposición entre necesidad y libertad, apareciendo así los personajes responsables de la acción, la cual depende de la interpretación que cada uno de ellos da al contenido del Hado. El personaje, así, está dirigido por una fuerza rectora –ambición, soberbia, amor, miedo- que la imprime carácter, constituyéndose en fuerza generadora de todas sus acciones, a la vez que en fuente del error de juicio que conducirá al cumplimiento del Hado.
Por virtud de la oposición que Hado establece en la acción y en los caracteres de los personajes, Calderón introduce, con gran economía dramática, el sentido, la trascendencia como raíz de esa visión trágica de la condición humana, libre pero limitada por su propia pobreza, penuria, menesterosidad.
Las acciones individuales o peripecias, disparadas en múltiples y conflictivas direcciones de los personajes, limitadas por la particular interpretación del Hado, tenderá a desembocar en el desenlace trágico, que no es otro que la meta ya incluida en el contenido del Hado. Y es así como se produce en él la anagnórisis o agnición, el descubrimiento de lo irreversible de la meta anunciada, y que por error de juicio, actuó pensando en evitarla. (RUIZ RAMÓN, ibídem, págs. 96 y ss.).
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