Un niño de sangre real es abandonado recién nacido en una selva, lugar antitético de la Corte; la causa del abandono puede deberse a la ilegitimidad de su nacimiento o a algún horóscopo que hace predicciones nefastas contra su padre el rey. El niño crece ignorando su identidad acompañado de un ayo. El abandonado o encarcelado experimenta una ambición superior a su situación de marginación y vive el amor como un sentimiento existencial determinante.
A partir de ahí, a pesar de expresar sus cualidades de forma desordenada y descontrolada por falta de educación cortesana, se le abren las puertas de la Corte. Pero antes de la anagnórisis final, que le restituirá su status y su identidad, debe pasar por la gran prueba: enfrentarse con su padre, que podrá terminar con la humillación del joven o con su triunfo final.
Este modelo coincide con las historias míticas protagonizadas por algunos grandes héroes de la Antigüedad: Ciro, rey de Persia; Edipo, rey de Tebas; Rómulo y Remo, fundadores de Roma… La leyenda se reutiliza en la literatura caballeresca como en el Palmerín de Inglaterra, dentro del ámbito hispánico. Calderón no será el primero en llevarlo al teatro; ya lo había llevado guillén de Castro y, sobre todo Lope de Vega, que parece que fue el primero en llevar a las tablas este modelo en El nacimiento de Ursón y Valentín, reyes de Francia (1588-1595), inspirada en una novela de caballerías francesa de finales del siglo XV, Orson et Valentin. Lope retoma el modelo en El animal de Hungría (1608-1612), pero con la variante de que el personaje que se criado salvaje es ahora una mujer, Rosaura. Pasada una década, Lope vuelve a treatralizar la historia del héroe salvaje en El hijo de los leones; Leonido será en esta ocasión el salvaje protagonista; le pone al lado una pareja para darle la medida de sus cualidades y motivarlo a mejorar y reformarse, como le sucedía a Ursón al lado de su mellizo Valentín, y a Rosaura al lado de su amado Felipe.
La pareja de Leonido es una mujer, Fenisa, retirada a una aldea con identidad fingida pues ha sido deshonrada por su señor y busca reparación. Es la madre de Leonido, y aunque ella no sabe que el salvaje es su hijo, la pareja no puede realizarse por un tabú que incluye además a la vez los lazos de sangre (madre-hijo) y la pérdida del honor de la mujer.
Segismundo es, al menos, al principio de su trayectoria, un salvaje; pero no solo porque vive en un lugar aislado, viste de pieles, es violento y sexualmente agresivo, tal vez por el efecto del bebedizo. Alan Deyermond piensa en él como el salvaje del folklore, una figura sustancialmente estática y simbólica. Segismundo repite todas las pautas del modelo teatral de Lope: excluido al nacer de su ambiente de origen y privado de su identidad y libertad, crece con un ayo y estudia en el gran libro de la naturaleza; el encuentro con la mujer (Rosaura) le conmociona y le abre las puertas al amor y a la generosidad. Por ejemplo, está dispuesto a matarse si Clotaldo no perdona la vida de Rosaura y Clarín que sin saberlo han violado el secreto de la torre.
La conciencia de su valor es tan fuerte que no se somete a nadie al que imagina inferior; no soporta las insolencias y llega a matar a un criado y es lo que quiere hacer con Clotaldo y con Astolfo. Sus pulsiones amatorias aparecen a veces incontroladas pasando de la admiración visual al contacto físico (con Estellla), hasta llevar al límite la violencia sexual en su segundo encuentro con Rosaura.
Todos estos desmanes se ven castigados por la autoridad del Rey, pero en vez de condenarlo a muerte como sucede en las piezas de Lope, el Rey-padre de La vida es sueño condena a Segismundo a volver a la cárcel, que es para él “sepultura” donde yace “vivo cadáver”. La Jornada III representa el triunfo del hijo-salvaje y el padre-rey, pero suavizando la situación porque el hijo cuando sabe quién es el derrotado, se apresura a levantar a Basilio humillado y arrodillándose a su vez ante él.
Y, por último, en la trayectoria hacia el reconocimiento de su status de príncipe, se ve acompañado por Rosaura, que funciona como co-protagonista. Rosaura privada de su identidad social, a causa de su matrimonio ilegítimo antes de la pérdida de su honor, no es un adorno frívolo de la comedia palaciega, sino que da profundidad al drama filosófico.
Rosaura es, para Segismundo, la clave de su evolución, la compañera inseparable de su itinerario con muchos puntos en contacto: ambos han sido privados de su identidad social por culpa de sus respectivos padres, ambos buscan su honor perdido, ambos tienen que enfrentarse con sus padres que tratan de evitar sus responsabilidades. Este paralelismo es típico del modelo lopiano del salvaje, por lo que Calderón pudo muy bien inspirarse en alguno de los dramas citados del Fénix, que ya estaban publicados en 1629. (ANTONUCCI, Fausta, ibídem, 14 y ss.)
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